Por: Joaquin Múgica Diaz
La última vez que estiró la pierna sintió que el mundo estaba en su contra. Quiso hacer un esfuerzo atípico en su juego y su cara le mostró a los fieles “xeneizes” las muecas del dolor. Riquelme tardó un minuto en darse cuenta que nada podía ser como lo era en el principio del partido con All Boys. Pidió el cambio y se sentó a mirar como hace un equipo para vivir sin él.
#ParemosLaPelota, como lo hizo Román tantas veces en su carrera. El diez de Boca demostró en un año adentro de la cancha lo que negó ante los micrófonos de la prensa. Su físico no aguantó las exigencias de un equipo de primera división del fútbol argentino. La resistencia física de su cuerpo marca el desnivel con su inteligencia táctica y su pie derecho de oro. Al menos, lo hace en el final de su carrera de estratega.
Padeció cinco lesiones en un año y tres de ellas en las 17 fechas del Torneo Inicial. Demasiado para un jugador clave en el armado del equipo que Bianchi ha diseñado para el 2013. La incorporación de Gago no pudo apalear sus ausencias pronunciadas por lesión. Entonces, desde el plano concreto, es imposible armar un equipo entorno a la figura de un jugador que lucha constantemente con sus dolencias. Se vuelve inviable con la calculadora en la mano y el corazón en la heladera.
El problema principal que sufre Boca es Riquelme. Aún no apareció un nombre para reemplazarlo ni una alineación posible que lo suplante. Hace seis años que el conjunto de la Ribera depende pura y exclusivamente del arte que pueda brindar Román. Cuando está bien, el equipo está más cerca de apoderarse del triunfo pero cuando no está, los once elegidos se pasan la pelota de la responsabilidad sin pararla un segundo debajo de la suela.
Fernando Gago aterrizó en Brandsen 805 para formar una dupla de buen pie con Riquelme. Mostró su talento en pocos partidos porque las lesiones también le jugaron una mala pasada a él. Pero en el medio de ese mar de dificultades físicas que vive Boca, parece ser el único capaz de cargar la responsabilidad que siempre ha tomado el diez.
El año que viene Riquelme tendrá seis meses para probar su físico y pensar en el futuro inmediato. Sabe que Angelici le sopla la oreja y no lo tiene en sus planes, como no lo tuvo después de su salida voluntaria, y su regreso con la venia de Bianchi. El presidente de Boca se imagina un futuro con Guillermo Barros Schelotto en el banco, lo que implica un futuro sin Topo Gigio.
Boca tiene la obligación y la necesidad de pensar más allá de Riquelme. No puede detenerse en la idolatría fiel de los hinchas o las propias palabras del jugador que siempre buscan influir en base a sus pensamientos. Más allá de lo físico el principio del fin ha empezado. No queda mucho tiempo con Román en la cancha porque los años lo obligan a poner una fecha de vencimiento a su fútbol.
Los últimos quince minutos que jugó en el año lo mostraron intacto en lo táctico. Manejó los tiempos de un equipo sin alma y cargó, como lo ha hecho siempre, con la creación de este Boca versión 2013 que sería mejor perderlo en los laberintos de la memoria. Pero esos minutos en los que la pelota disfrutó, no alcanzaron para influir como piensa Bianchi, los hinchas y el presidente, que tiene que influir la presencia de Riquelme en el equipo.
La historia siempre juega una mala pasada cuando los ídolos quedan en el foco de la escena porque el pasado ganador los vuelve incuestionables hasta el final de sus días. Fue el propio Riquelme el encargado de asegurar que es imposible que Bianchi vuelva a ganar lo que ganó y que exista un equipo glorioso como el que quedó en los posters. Debe saber también que él tampoco puede seguir siendo el que fue, porque el tiempo y las lesiones no se sientan en la mesa a negociar.