Por: Joaquin Múgica Diaz
Boca se convirtió en Hiroshima por una tarde después de la autoinmolación de su plantel. Fueron ocho horas de bombas escandalosas que cayeron en Casa Amarilla mientras el periodismo asumía su rol de puente y le contaba al público como los jugadores se agarraban a trompadas para arreglar, como en el barrio, las eternas diferencias.
No fue Latorre, el hombre que imprimió la palabra cabaret en el Mundo Boca, el culpable del desastre en el que se convirtió la vida “xeneize”. Tampoco la prensa, a la que se la acusó de confundir a los hinchas, como si la mitad más uno del país fueran millones de decerebrados que nunca aprendieron a razonar por su cuenta más allá de lo que leen en los diarios.
Riquelme, como nunca en su vida, metió un puntinazo al medio de la tribuna. Jugó al verdadero-falso con los periodistas, dio cátedras de distracción y montó un espectáculo olvidable dentro de su extensa y admirable carrera de expositor. Bianchi a su lado fue, sin lugar a dudas, la postal de un hombre que quería, al igual que Julio Grondona, que toda pasará.
El equipo de Bianchi brilló más afuera de la cancha por su talento para el escándalo, que en el césped del Cilindo de Avellaneda, donde ganó con lo justo y se avivó a tiempo de que lo primero que tenían que hacer era jugar al fútbol con mayor convicción. Los dos goles marcados en la noche del domingo fueron pequeñas muestras del famoso tiki-tiki que le gustaba decir a Ángel Cappa. Una dosis escasa pero efectiva para ganarle a Racing.
Los celulares de los jugadores nunca se apagaron desde el careo público de Ledesma con los periodistas y nunca se apagarán. Pese a los reiterados intentos de parar las filtraciones, la información siguió cruzando la cerca del vestuario. El último pedido fue el del presidente Daniel Angelici. No tolera más escándalos, ni buchoneadas, ni piñas, ni exposiciones públicas sin fundamentos. El “Tano” sabe que hoy su casa no está en orden.
Boca ganó dos partidos seguidos y se sumergió en un río donde la corriente es engañosa. El equipo de Bianchi no tiene derecho a ilusionarse. No lo puede hacer porque su juego aún es muy opaco y carece de fundamentos sólidos para proyectarse en el tiempo. Para creer que el pasado fue solo un sueño horrible, los jugadores aún tienen que mostrar adentro de una cancha que pueden jugar bien al fútbol. Al fin y al cabo, ese es el principal objetivo en la corta vida laboral de los futbolistas.
La voz de los hinchas se volverá a escuchar el próximo domingo en la Bombonera. Allí tendrán la posibilidad de expresar su reacción después de la agitada vida del equipo en la última semana. El fanático es el más sincero de todos. Expresa lo que siente en el teatro del fútbol y trata de imponer su parecer a fuerza de gritos. Ellos son los primeros que quieren ver en la tapa de los diarios las caras del triunfo, y no la traducción escrita del escándalo en el que se convirtió la convivencia del plantel “xeneize”. No es mucho lo que piden.