Por: Joaquin Múgica Diaz
Están arriba y en menos de tres días pueden estar abajo otra vez. Salen en las tapas de los diarios con gestos de felicidad y después con las cabezas gachas mirando la nada. Desconocen la palabra equilibrio desde hace varios años y se mueven en un pequeño mundo exitista donde la derrota es el peor de los males y el triunfo lo más bello de la vida.
Boca y River se enfrentan a sus propios miedos y presiones en cada partido que juegan. Un paso adelante, dos para atrás, tres hacia el frente y cuatro retrocediendo. Son parte del mismo fútbol que abolió la lógica en los últimos años que se escaparon del calendario. Son iguales que todos salvo que tienen más dinero en las cajas fuertes.
Bianchi tambalea una semana y a la siguiente recibe el apoyo incondicional de los hinchas de Boca. La Bombonera estalla y su nombre lo escucha hasta un astronauta japonés que duerme la siesta en una estación espacial. Su cargo gira en la ruleta y Angelici avisa que lo puede echar a patadas si tiene ganas. En Boca la dinámica de lo impensado llegó para quedarse a pesar de los pergaminos y las chapas de campeón.
D’Onofrio le pidió a Ramón Díaz que sea coherente con la realidad del equipo y que si no le va bien, que se vaya. El riojano siempre apela al mismo discurso y habla de la familia de River, y de lo que implica vestir la camiseta. Intenta encontrar en la gente las caricias que no le dan en los pasillos del Monumental los días de semana. Sabe que hoy está pero mañana puede dormir afuera.
Los dos equipos más grandes de la Argentina arrastran una cadena de resultados irregulares que no logran mejorar a pesar de las rotaciones y los cambios tácticos. Los triunfos pasajeros no son más que oasis en el desierto. Sirven para zacear la sed de ansiedad pero no para caminar, sin problemas, miles de kilómetros más.
Lanús, Vélez y Arsenal son los únicos equipos que han logrado construir una base sólida para generar juego y obtener resultados. En esos grupos las derrotas duelen menos y la tragedia no existe. El peso de la masividad no les llega a sus oídos y la presión que soportan es diametralmente opuesta a la que padecen Boca y River. Aún así, son ejemplos valederos. Todos tienen la misión de jugar bien con la redonda en los pies. Todos sin importar los colores de las camisetas.
“Las excusas no se televisan”, suelen decir aquellos que trabajan en televisión. Lo mismo pasa en los pequeños-grandes mundos de “millonarios” y “xeneizes”. El tiempo se agota y la gente será la encargada de elegir a los responsables si los resultados no aparecen. Ellos son los que dan el veredicto final en las crisis de larga duración.
En las dos puntas del sube y baja están sentados Carlos y Ramón. Uno de cada lado para encontrar, aunque sea en un juego, el equilibrio que no lograron obtener en más de un año de trabajo. Ya no les interesa que sus equipos jueguen lindo. Tienen la necesidad imperiosa de ganar y alejarse de la mediocridad. Son los capitanes de dos barcos que tienen los elementos para navegar en altamar pero que, hasta ahora, solo han podido dar una vuelta por las costas del Río de la Plata.