Por: Joaquin Múgica Diaz
Hace un año y medio Carlos Bianchi, el técnico más ganador de la historia de Boca, decidió volver al club para volver a obtener los logros que hicieron emocionar al pueblo “xeneize”. “Lo más difícil es repetir”, dijo ante unos mil hinchas que se agolparon en la platea baja de la Bombonera para darle la bienvenida a su segunda casa.
Desde aquella mañana en la que su imagen impoluta volvió a pisar la cancha de Boca, la mística de uno de los equipos más grandes de Argentina comenzó a desmoronarse, hasta llegar al fondo del océano. Así quedó el equipo del ahora ex técnico del conjunto de la Ribera. Ahogado por el estrés de no saber manejar las presiones de un mundo diferente, en donde una lesión es más importante que el discurso semanal de la presidenta.
Los jugadores que llegaron en los últimos dos años no estuvieron a la altura de las pretensiones del club. Mantuvieron, a lo largo del tiempo, un nivel extremadamente bajo que destrozó los temores de aquellos equipos chicos que miraban en el calendario la fecha en la que deberían librar una batalla en la Bombonera. “A Boca le perdieron el respeto. Nos gana cualquiera”, repiten los hinchas en los pasillos de la cancha.
Daniel Angelici siempre puso las medallas del pasado arriba de la mesa. No lo quería a Riquelme en el equipo pero tuvo que convivir con él porque el enganche era el único que lograba generar los triunfos. Pretendía que Guillermo Barros Schelotto sea el técnico de su gestión pero se encontró con 60.000 personas que pidieron la cabeza de Julio Falcioni y la vuelta de Carlos Bianchi. Cumplió el deseo de los hinchas para crear un escudo protector que ahora está agujereado. Haber echado a Bianchi es una mancha en el currículum que puede ser determinante en un futuro electoral.
El presidente de Boca amenazó más de lo que ejecutó. Nunca siguió sus ideales por temor a pagar un costo político que, salvo que el equipo cambie rotundamente su juego, va a pagar igual. Sin ningún título en el bolsillo será difícil que pueda renovar su mandato en el 2015. Manejó bien las finanzas del club, como lo hizo su mentor, Maurio Macri. Pero no alcanza con ser bueno en matemáticas. Boca necesita ganar para poder vivir.
Los jugadores que hoy visten la camiseta azul y amarilla no lograron demostrar, adentro de la cancha, porque fueron elegidos para llegar a la Ribera. Brindaron argumentos válidos a los que acusaron a Bianchi de elegir mal los refuerzos y repitieron en los micrófonos que “por algo están en Boca”, tirando al Riachuelo la humildad y la autocrítica.
Este plantel de jugadores mató a Boca. Lo asesinó a puñaladas imprecisas, para que la muerte sea más lenta. Manchó el final de la carrera de Bianchi y logró que los hinchas se dieran cuenta de que el “Virrey” es humano y puede equivocarse. El ex técnico, partícipe necesario de este presente catastrófico, colaboró con el equipo que formó. Tomó decisiones erradas, quedó desconcertado ante el nivel de los jugadores que le pidió a la dirigencia y no pudo transmitirle su mística ganadora a un grupo que perdió el feelinng con su entrenador. No supo construir una identidad. Justo él que pudo armar un equipo sólido capaz de ganarle a los mejores del mundo.
Los futbolistas que conforman el actual grupo, salvo los últimos siete refuerzos, tuvieron más de un año para mostrar si estaban capacitados para jugar en Boca. Algunos tardaron pocos partidos en dejar a la luz sus falencias, otros tropezaron con la misma piedra en cada oportunidad que el técnico les brindó. Ninguno pudo copiar al pasado reciente. Ni siquiera pudieron jugar con la experiencia de haber sido buenos en otros tiempos de gloria.
El conjunto “xeneize” vive una transición dolorosa. Da pasos errados que pueden costarle mucho en un futuro. Camina sobre las piedras calientes de la Bombonera. Ese suelo histórico que hoy no intimida a nadie, ni siquiera a los equipos más pequeños. Desde que su equipo perdió con Estudiantes en La Plata, Bianchi transitó sus últimas horas en el club al que le hizo vivir una década dorada. No es el final que quería para su película pero es el que se arriesgó a grabar cuando le propusieron filmar la tercer parte de su vida en Boca.