Por: Damián Blanco
La última entrega de los Martín Fierro dejó varios sinsabores entre el público y en el periodismo de espectáculos.
Es cierto que las críticas siempre están a la orden del día pero hay que reconocer que hubo claros desaciertos.
De la transmisión de El trece debemos decir que fue impecable, los discursos no se extendieron de más, el tiempo fue el estimado para incluir todas las categorías (este año no hubo ternas grabadas) y la conducción fue precisa.
Tal vez lo que faltó fue humor, show, sorpresa e improvisación. Ahí estuvo el mayor punto flaco. El resultado fue una gala que si bien se ubicó en los números de la televisión actual, en 22.3 puntos de rating, podría haber logrado ampliamente un mejor promedio con un poco más de producción y un buen guión humorístico (años anteriores superó los 30 puntos).
Justamente de eso se vale la televisión para hacer rating, de libretos, de horas de preproduccion pensando gags, interacción con los famosos, espontaneidad y rapidez por parte de los conductores.
Mariana Fabbiani y Guido Kaczka combinaron muy bien, ambos se mostraron amables, justos, medidos. Fueron una gran dupla pero desaprovechada, resultaron funcionales al tiempo y no se permitieron jugar un poco, divertirse juntos; necesitaban despreocuparse del guión técnico y ocuparse del guión escénico.
Al margen de eso, el espectador se sintió defraudado al ir descubriendo, con el pasar de las horas, la previsibilidad de los miembros de Aptra. Una vez más, fueron a lo obvio, la señal que transmitió fue a la que más premiaron (13 estatuillas). Galardonaron a la ficción – que luego se llevaría el Oro – a lo largo de toda la noche, anticipando lo predecible.
Convirtieron en norma una fórmula que vienen repitiendo en los últimos años y que mató el espíritu, la gracia, el sabor de palpitar una entrega. Los expertos de la radio y la televisión se olvidaron de algo fundamental en cualquiera programa: el efecto sorpresa. No sólo en lo que a rating respecta sino también en cuanto a lo que hace a un gran espectáculo (como lo son los Martín Fierro) es fundamental pensar en causar expectativa en el espectador (imaginemos un film del que ya sabemos el final, resultaría aburridísimo).
Pues bien, eso fue lo que pasó, eligieron a Farsantes (vale aclarar: excelente realización, sin dudas), que se quedó con 7 estatuillas. Pero dejaron en claro algo: ya no ganan personas, ni programas de entretenimientos, ganan ficciones. En 2013, se transmitió por Telefe, Graduados, producción de ese canal y Undergroud, se llevó con la máxima estatuilla. En 2012, la entrega se emitió por El trece y el premio mayor fue para El Puntero, producción de Polka para ese canal. En 2011, ocurrió lo mismo, El Trece se encargó de la gala y la ficción favorita fue Para vestir santos.
Está comprobado, ya no hay ganadores de Oro, son todos de barro.