Apenas el Cardenal Bergoglio fue nombrado papa tuve la intuición de un peligro latente.
Más allá de la interpelación nacional que significa un sumo pontífice criollo y de la oportunidad obligada que tiene la Patria de recuperase como pueblo y como Nación, hoy veo por las reacciones de algunos de mis compatriotas, que lo que prima es esto: Francisco es un peligro.
No por sí mismo. No por la mira que ha puesto en cambios profundos dentro de la Iglesia. No por el nuevo orden geopolítico que propone. No por la espiritualidad viva y por la doctrina de carne y hueso que ejemplifica en su constante machacar sobre la vuelta a Cristo. No.
El peligro de Francisco somos nosotros. Como me decía un amigo los otros días: “temo que no estemos a su altura”.
El riesgo al que nos asomamos con Francisco es, en el mejor de los casos, dejarlo pasar. Quedarnos en la banalidad de sus preferencias, en la bandera patriotera, en el maletín, en los zapatos…en la foto.
Si no nos forzara a plantear con seriedad políticas públicas de dignidad, solidaridad y respeto, sería un crimen histórico.
Pero hay un peligro mayor todavía: rebajar a Francisco a la coyuntura.
Mayor, porque ser banales solo lo convierte en intrascendente, pero reducirlo a la cotidianeidad de la política es malversarlo y corromperlo.
Usarlo, sotanearlo, imprimirlo en una remera, pasearlo en una combi ploteada, en un afiche de campaña, en una estampita partidaria o en el slogan para convocar a una marcha que no tiene nada que ver con su ideario, es el mayor riesgo porque traduce como cosa pequeña la enormidad de su significación.
Mezquinar a Francisco es un pecado cívico.
Mayor, también, porque quienes avanzan en ese sentido son justamente quienes deberían orientarnos en sentido contrario. Quienes deberían interpretar la necesidad del pueblo de creer y de hacer, son los encargados de canalizar ese anhelo hacia la estupidez del panfleto.
Este también es el riesgo: que Francisco quede en medio de esta pequeña trifulca y que los argentinos nos perdamos, una vez más, la posibilidad de encontrar el destino profundo y grande se ser.
El uso de Francisco como marketing por parte de nuestros dirigentes (del gobierno nacional, de alguna oposición y de los grupos de redes sociales), es una catástrofe.
Son la avanzada positivista para convertir a Francisco en un banner.
Unos, planteando equivalencias entre el Papa y figuras domésticas propuestas a prócer. Otros, montándose sobre su heterodoxa forma de ser ortodoxo, para promocionar una marcha que pasa por ciudadana.
Unos corren a posar en la foto como colados en una fiesta.
Otros, pregonan movilizaciones que más parecen cierres de campañas camuflados, con el “quiero lío” papal.
Y nadie hace nada. Francisco es una doctrina de velcro para el quitaipón politiquero.
Perdón, si se hace. Hacen los que siguen haciendo lo que Francisco predica, aún sin comulgar en su misma fe. Esos no dicen nada. Por eso hoy en este blog no hay imágenes.
Si resultara que mi amigo tiene razón y no estamos a su altura y no podemos seguir su ritmo, entonces será cuestión de levantarnos y andar.