Voy a intentar esquivar la tentación de la “efeméride” por el año de pontificado de Francisco para no caer en el pasado y la rigidez. Porque el presente de su papado y el futuro que su figura e influencia abren para nuestra nación, son tan fértiles que se comen todo intento de evocación.
Todo es mañana.
Creo que el Papa sabe perfectamente que se ha convertido en una de las patas que sostienen la representación de los poderes mundiales, y creo también que es consciente de que cualquier cambio que quiera llevar adelante hacia ese mundo de fraternidad, solidaridad y misericordia en las relaciones internacionales (un sueño enorme, si), va a tropezar con los intereses en sentido opuesto.
Seguramente sabe que los ataques invisibles siempre se dan donde está lo que más se quiere, lo que más duele y daña. Y ahí entramos nosotros. Porque La Argentina no es solamente su país, la Nación que ama. Somos, lo sepamos o no, el ensayo en vivo de las virtudes de su prédica o el escenario de los conflictos que más lo lastimen.
Esto ya se dijo en otra entrada y no conviene extenderse, pero si decir al respecto que uno siente un doble apremio: la responsabilidad de ser ese país que represente a Francisco y al mismo tiempo estar bajo el cuidado de su figura.
Porque aunque sea astuto atacar al país del Papa, tampoco es fácil y esa es nuestra fuerza.
Su Santidad reza por nosotros, claro. Pero además nos cuida con su cuerpo. Es un círculo de inteligencia y amor el que nos propone Francisco y al que debemos responder con responsabilidad y habilidad.
¿Asombra y causa sorpresa verlo al Papa sonriente junto a quienes lo combatieron incluso durante el anuncio de su entronización? Puede ser. Pero ese asombro tiene que terminar y dejarnos ver que el gesto principal es la humildad y la reconciliación desde arriba. Desde el máximo poder mundial, Francisco acepta la mano tendida.
La necesidad vuelve pío al hereje y hasta puede ser que lo convierta. Pero la indiferencia suele ser la soberbia con la que se disfraza la envidia. No seamos tan tontos.
Francisco nos está cuidando y para trabajar en eso elige a los que se dejan cuidar.
No lo condenemos a trabajar solamente con los que hoy “necesitan” cuidado. Quiero decir que poco puede hacer el Papa por nosotros si solo le damos como materia prima el arrepentimiento (o el oportunismo, poco importa).
Francisco y nosotros necesitamos lo mismo para poder laborar hacia nuestro esquivo destino: dejar atrás las trampas y tender puentes.
Ser el país del Sumo Pontífice y ser una nación de “pontífices”.