Por: Diego Marín
Hace un año, un grupo de desconocidas chicas punks irrumpieron en la principal iglesia de Moscú para denunciar los estrechos vínculos entre la iglesia ortodoxa rusa y el corrupto gobierno de Vladimir Putin. A partir de ese incidente las Pussy Riots se han convertido en un símbolo de la represión putinista.
La razón es obvia. Una performance de menos de 30 segundos implorándole a la virgen María que se lleve al Presidente ruso las terminó condenando a varios años de prisión. Desproporcionado bajo cualquier lógica, excepto la rusa.
Desde que se formó como Estado, en Rusia el riesgo más grave no son los inviernos, las guerras o, últimamente, los meteoritos. Es enfrentarse contra el propio Estado. Esa pelea, excepto por los revolucionarios de 1917, nadie la ha ganado.
Y eso no es casual: la autoridad a la rusa se ejerce de manera prácticamente inapelable. Quien tiene poder sobre otro lo ejerce a menudo en formas que se note quien es el “Jefe”. En Rusia el ejercicio de la autoridad de manera participativa es casi una contradicción en si misma.
El que manda lo sabe, y hace que te des cuenta que tiene poder. Un carácter autoritario que muchos dicen está en el ADN de este pueblo. Un rasgo asiático gentileza de siglos de ocupación mongola.
En Rusia el que manda lo demuestra, casi hace ostentación de ello. Moscú es una ciudad con una congestión impresionante, pero lo únicos que pueden circular por una pista libre son los altos funcionarios. Ellos llevan una baliza conocida como “Migalki” que los hace en la práctica intocables para los policías de tránsito y, evidentemente para la congestión.
En el trabajo, esta “devoción” la autoridad se nota en el nulo cuestionamiento de la órdenes de un jefe. El hecho de ser tal lo eleva a la categoría de ser casi infalible. El jefe puede pedir desde cosas completamente absurdas hasta favores sexuales.
En términos políticos son los mismos rusos quienes creen en el autoritarismo que los rige. Para la mayoría, la democracia está asociada con la etapa de Boris Yeltsin. Esos fueron años turbulentos en Rusia: la caída de la Unión Soviética, el caos económico y el surgimiento de cientos de grupos mafiosos no son buenos recuerdos. Sí, había libertad política, pero para millones de rusos es mejor sacrificarla por la estabilidad. Y para muchos la estabilidad se llama Vladimir Putin.
Las alarmas se han encendido señalando el aumento del autoritarismo en Rusia. Pero la nueva clase media urbana y la juventud han comenzado a mostrar signos de hastío. Y cuando los normalmente pasivos y apáticos rusos se cansan, les da por hacer revoluciones, si tienen dudas pregúntenle a Lenin.
PD: #FreePussyRiot