Crimea: la guerra fría nunca terminó

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Lo acontecido en Crimea es una muestra más que la guerra fría entre Rusia y Occidente nunca ha terminado. Y vale la pena señalar que tampoco comenzó una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.

En la dinámica de las relaciones internacionales, Rusia se ve a si misma la mayoría del tiempo a asediada por Occidente. Sencillamente consideran que los países del Oeste sienten un rechazo visceral por la “madre Rusia”, en definitiva, creen que EEUU y la UE los odian, los desprecian y hacen cuánto pueden por perjudicarlos. Evidentemente Moscú no se explica ese “maltrato”.

En esa dinámica, la cuestión de Crimea fue la manera más rápida que Moscú tuvo para responder a la caída del gobierno pro ruso en Ucrania. El reemplazo de Yanukovych por fuerzas políticas que cuentan con el respaldo Occidental ha sido un golpe durísimo. Ni siquiera le dio tiempo a Putin para saborear el éxito de los obscenamente caros Juegos Olímpicos de Sochi.

Políticamente hablando, la jugada de Crimea no le significó a ninguna medalla. Todo lo contrario.

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Rusia no tenía ninguna necesidad de hacer efectiva la autodeterminación del mayoritario componente ruso de la población de Crimea, y menos de anexar ese territorio a la Federación. Nunca fue un tema  relevante o una posibilidad cercana. Ni siquiera durante la “Revolución Naranaja “ en 2004.

Tampoco era necesario que demostrara su capacidad militar en una península que acoge a la flota rusa del Mar Negro, y en cuyas ciudades y pueblos viven miles de soldados y ex uniformados rusos..

Pero la rapidez de los acontecimientos en Kiev, provocaron que Moscú reaccionara como un niño taimado. Se montó un espectáculo casi absurdo: las “autodefensas”. Grupos de soldados que hablaban ruso, se movilizaban en carros de combate con placas rusas y estaban organizados como un ejército. Pero no. Moscú se apresuró en señalar que ellos no tenían nada que ver, que no eran miembros de su ejército. Si no que grupos de valientes crimeos organizados para protegerse de la agresión ucraniana. Una agresión sin víctimas hasta ahora.

Este falta de sutileza va a traer consecuencias. Tal vez no inmediatas, pero sí profundas. La alta burocracia política en Bruselas y sobretodo en Berlín van a comenzar a evaluar alternativas para cambiar la matriz energética, buscar nuevos proveedores, y en definitiva no ser tan dependientes del gas y el petróleo ruso. Las principales herramientas de presión que usa Moscú. Es un proceso que tomará tiempo, pero que ya debe tener firmes apóstoles porque hechos como los de Crimea, han demostrado que finalmente, y en un sentido amplio, Rusia no es un aliando de Occidente. Es un rival.

Pero es un rival frágil. La desindustrializada economía rusa depende en gran medida de materias primas, y es muy vulnerable a la precios de los hidrocarburos. Valores sobre los que Moscú no tiene control.

El año pasado fue diplomáticamente brillante para Rusia. El caso Snowden, el rol de Moscú en Siria e irán le permitieron señalar a “enemigo” occidental que ellos nunca habían dejado de existir como superpotencia. Rusia es un Estado de pensamiento imperial. Su proyección siempre ha ido más allá de sus fronteras, casi siempre hacia el Este de Europa pero eso se ha ido modificando dramáticamente para Moscú. Tal vez ahora se retome con más fuerza el proyecto putinista de construir una Rusia que aspira a convertirse en el patrón euroasiático.  Habrá que ver si China lo permite.