Maldito Licor, Parte 2

#EstoEsRusia

El alcohol y Rusia es algo tan inseparable como la Argentina y el asado. Uno se da cuenta incluso antes de llegar a este país, en el vuelo que lo llevará a Moscú se puede escuchar un extraño tintineo: son las botellas que van dentro de las bolsas del “Duty Free” que cargan los pasajeros rusos…hay muchas dentro, y no todas van para casa porque casi siempre hay una reservada para el vuelo. Lo que ofrecen las azafatas no alcanza y los problemas que generan los sedientos pasajeros se han multiplicado obligando a las aerolíneas a tomar resguardos.

El metro es otro sitio donde la afición etílica de los rusos se manifiesta. No tanto porque los pasajeros beban dentro de los vagones, cosa que de todos modos hacen, sino por lo que se huele. El fuerte hedor a alcohol metabolizado te puede voltear de entrada muchas mañanas. Nada agradable comenzar el día así.

Durante la noche, sobre todo los fines de semana, el Metro se transforma en un refugio de borrachos, y es de lo más normal que por cada vagón por lo menos un par de pasajeros estén prácticamente inconscientes de tanto alcohol…muchas veces se arrojan sobre los asientos o terminan cayendo al piso y en una actitud muy flemática, uno los esquiva al momento de llegar a la estación.

La amplia cultura etílica rusa también entrega cosas buenas y una de esas son los bares. En Moscú deben haber miles y la mayoría tienen una variedad envidiable de destilados. De hecho encontrar Fernet no es nada complicado. El público también demuestra el acervo cultural en este tema, y por muy jóvenes que sean los parroquianos del bar, la sofisticación es alta a la hora de ordenar y los pedidos de Old Fashion, Long Island o Campari son algo normal entre los sub-20.

Tema aparte es el Vodka. Símbolo nacional, tiene un concurrido museo en Moscú y una serie de poderes “curativos” que lo elevan a una categoría casi mítica. Para los rusos el vodka sirve para todo: para el frío, para el calor, para la resfrío, para subir de peso, para bajar de peso…una larga lista de usos domésticos no hace más que acrecentar la leyenda de su “magia”.

En general a los rusos les molesta que uno les comente que beben demasiado. Lo toman como una afirmación estereotipada que no tiene fundamento. Casi siempre contestan diciendo que en Finlandia, República Checa o Gran Bretaña son más dados a empinar el codo que ellos. Puede que tengan razón, pero yo vivo en Rusia y comento lo que veo. Y de que les gusta, les gusta.

De hecho, si se pusieran todas las botellas que las rusos se van a beber entre año nuevo y la navidad ortodoxa (7 de enero) darían la vuelta al ecuador 17 veces. Dentro de este líquido escenario, llama la atención -por lo menos en Moscú- lo difícil que es ver gente manejando bajo los efectos del alcohol. La ley es muy dura y las multas son de temer, pero no deja de se llamativo que una normativa se cumpla de ese modo cuando está tan distante de los hábitos de la población.

Costumbre etílica que genera un enorme daño, transformándose en una delicada cuestión se salud pública que abordaré en mi siguiente post.