Por: Martín París
Stalkear es seguir todos los movimientos que lleva adelante una persona de nuestro interés en el mundo digital. Es casi un superpoder que nos permite descubrir todas las huellas, algunas visibles, otras veces minúsculas, que deja aquel sujeto que nos atrae en el universo binario. Una suerte de sexto sentido que nos avisa cuando las cosas no están funcionando como quisiéramos y que es capaz de advertirnos si fuimos o no los elegidos para ocupar el papel que tanto deseamos en la vida de ese otro que nos llena de murciélagos el esternón (se decía así, ¿no?). ¿Pero acaso son estos rastros pruebas fehacientes de lo que en verdad le sucede a ese ser especial para con nosotros? Eso no nos importa, lo que vale es la obsesión.
El que stalkea sufre y duda. Posee una imaginación enorme que, en su mayoría de los casos, es pesimista y distorsiona la realidad. De todo lo que ve (o cree ver) saca conclusiones, elabora teorías (casi siempre conspirativas) y triangula una tesis que frente a su antítesis da como resultado siempre una misma síntesis: está hasta las manos con alguien que no le da ni cinco de pelota. Se transforma en una especie de voyeur digital masoquista, porque el stalker es una persona insegura con todos sus sentidos en alerta para poder percibir aquellos pequeños detalles que le cuentan todo, absolutamente todo (ponele) de ese otro críptico y misterioso que esquiva su corazón como rengo a la muleta (perdón, hoy vengo mal con las frases hechas).
Cuando una mina que nos gusta nos comenta, nos megustea, nos favea o retwittea cualquier gilada que publicamos, no podemos evitar sentir que nos desea ardientemente. Yo, al instante, arranco a seguirla a toda hora, porque ser stalker es un trabajo full time. Pero mis amigos siempre me repiten una frase que desmorona mis fantasías en un segundo: “Es un simple click”. Y es verdad, porque expresar estas pequeñísimas muestras de cariño digital no cuesta más que un brevísimo impulso nervioso transmitido por su cerebro, que recorre su cabeza decorada por su sedosa cabellera, transita la suave piel de su sensual y largo cuello, dobla en ese hombro que es un abismo de placer, acelera por su brazo fino y delicado hasta llegar a la punta de su índice con francesita que golpea el maldito botón izquierdo del mouse. Pero es ahí, entonces, cuando yo me pongo loco y me pregunto: si todo eso no es una maldita decisión, ¿entonces qué es?
Yo no tengo idea cómo perciben las mujeres los pequeños cambios de actitudes de los hombres que stalkean pero, por ejemplo, cuando una mina se queda sola, descarga su bronca con todo el género masculino. Pone frases apocalípticas, jura venganza, se quiere casar con su perro. Después entra en una especie de depresión nostálgica en la que se destacan las frases pseudo-enigmáticas (todos los que te leemos sabemos que se las dedicás a tu ex), imágenes melanco mal y, por último, cuando las hormonas comienzan a aumentar la temperatura de su cuerpo otra vez, tiene la llamativa costumbre de colgar fotos de modelos, actores y jugadores de fútbol en su muro acompañada de alguna frase lujuriosa que roza la vulgaridad o la determinación de una verdadera organizadora de orgías.
Pero un día todo cambia. Aparece un silencio stampa que hace pensar que ella ya no está, que borró su usuario de absolutamente todas las redes sociales existentes para tomarse un respiro después de tanto trajín amoroso. Vos crees que finalmente se fue a vivir a la cima de una montaña, haciéndose instalar un cinturón de castidad que la condene definitivamente, y por voluntad propia, al celibato. Pero con el correr de los días, semanas, meses, muy de a poco, pequeñas leyendas, quizás de canciones esperanzadoras, de poemas gomas, de horóscopos escritos por seres de luz, vuelven a aparecer. “Algo ha cambiado”, te decís usando el modo pasivo porque te hace parecer más interesante y reflexivo. Y ahí, tu obsesión vuelve a comenzar.
¿Cuándo fue su última conexión? ¿Qué hacía conectada a las tres de la mañana? ¿Por qué no me habló a mí? ¿Con quién lo estaba haciendo, entonces? ¿Por qué le megustea todas los posteos a ese flaco que “casualmente” recién agregó como amigo? ¿Por qué dejó de favear o hacerle retwitt a mis ingeniosas publicaciones? ¿Ya nada de lo que digo le parece interesante comentar o compartir? ¿Por qué me clavó un “visto” y no me contesta? Estas y otras cientos de preguntas surgen en mi cerebro de stalker mientras atravieso esta era postmoderna de amores anónimos (más que platónicos) caracterizada por la angustia que generó la expectativa volcada en la razón como la encargada de iluminar a la sociedad para alcanzar al progreso prometido. Bueno, pensándolo bien, quizás la cosa no sea tan compleja. Por ahí simplemente le apareció un nuevo macho y punto, ¿no? Pero la misma pregunta siempre me queda dando vueltas en la cabeza.
¿Stalkear o no stalkear? ¡Esa es la cuestión!