Por: Martín París
¡Conseguí búnker! Una mezcla rara de monoambiente con PH, con quince años de antigüedad pero bien cuidado. Por el barrio, cerca de la casa de mis viejos y mis amigos, pero lo suficientemente lejos de todo como para tener mi privacidad. Primer piso por escalera, contrafrente, con mucha luz, silencioso y sin expensas, tranca. Costó conseguirlo. Me metía en Internet todos los días, iba a buscar la revista esa que es como un collage colorido de inmobiliarias con avisos minúsculos y siempre veía las mismas publicaciones. Pasé por momentos de excitación pero por otros de desasosiego también. De pronto, el lugar apareció. Una inmobiliaria que en vez de poner fotos del depto, mostraba una conmovedora imagen de dueño de la inmobiliaria junto a su hijo (?). Raro, pero me mandé igual y sentí que era mi lugar. Porque es verdad lo que dicen: cuando ese lugar es tú lugar, como que lo sentís adentro. Y cuando entré, lo sentí. Allí iba a vivir yo. Como cuando uno ve una mina y sabe que se va a casar con ella (a mí me pasó un montón de veces). Lo raro es darte cuenta que esto de estar solo también lo sentís.
¿Cómo se enciende un termotanque eléctrico?
Resulta que apenas me dieron la llave invité a mis amigos a que pasen a dar una vuelta por el lugar. Lo que pasa es que dentro de algunos días arranco a pintarlo y a mudar los muebles y quiero que vean como lo agarro y como lo dejo después (casi una muestra de orgullo personal que espero con ansias concretar). Entramos al baño y los pibes quedaron encantados con las dimensiones del bidet. Les dije que me faltaba comprar la cortina de la ducha, una jabonera, mudar mi cepillo de dientes, comprar veinte kilómetros de papel higiénico, guardar los perfumes, pastas y otros productos químicos para el cuidado corporal y listo, ya se podía usar. Pero una amiga me dijo: “Tenés que comprar un tacho de basura”. Yo la miré sin entender. ¿Tacho de basura? No, a mí no me va esa de tirar el papel sucio en un tacho. Se hace todo un bollo y que lo trague la cloaca. “No, tenés que tener un tacho por si una chica necesita tirar una toallita femenina, Martín. ¿Sabés que vergüenza se siente no encontrar un tacho a mano en la casa de un chico que apenas conocés cuando lo necesitás?”. Afirmé con la cabeza. Touché.
¿Las milanesas se empanan primero y después se pasan por huevo o al revés?
La cocina tiene una mesada amplia donde voy a poder amasar mis pastas y pizas caseras (o donde entran las cajas del delivery). De un lado va el microondas, al lado están las conexiones del lavarropas y pegado la heladera. Del otro lado una mesa de esas plegables tipo libro para el desayuno y para poner en la terraza cuando venga el calorcito. “Jugos, gaseosa, agua. De alcohol poco y nada porque casi no tomo”, le dije al gordo. “Pero un vinito y una cerveza tenés que tener en la heladera”, me dijo. “No, no me gustan”, le contesté yo. “¿Y si viene alguien con qué vas a brindar, varón? ¿Con chocolatada?”, me dijo mi amigo que abrió la alacena y empezó a contar. “Un juego de platos, otro de vasos, otro de tazas, media docena de tenedores, media docena de cuchillos. ¿Y las copas?”, me preguntó. “¿Qué copas?”, le repregunté sin entender. “Comprá dos copas. Nunca sabés cuándo te toca descorchar, papurri”, me acosejó el dogor y yo anoté en la lista de bazar. Touché.
¿En qué materia de Ingeniaría te enseñan a planchar una camisa?
Llegamos al salón principal. Un espacio amplio de cinco por cinco en el que ya me imaginé todo. Les hice una recorrida virtual por mi futuro living, después los hice pasar a la oficina de trabajo y por último los conduje hasta la habitación, todo ahí, todo juntito, fue más que nada un viaje imaginario dando un par de pasos hacia adelante y corriéndonos unos metros hacia el costado, nomás. “…y acá voy a poner la cama”, les indiqué. “¿Futón o te compraste un sommier?”, me preguntó el negro. “No, me llevo la mía, la de mi pieza”, le dije. El moreno se me acercó: “¿O sea que te estás por ir a vivir solo y no te vas a comprar una cama de dos plazas?”, me preguntó casi sin poder creerlo. “Eh… sí, pero igual mi cama tiene otra abajo, o sea que si se queda a dormir alguien puede hacerlo… en otra cama”, le contesté casi con vergüenza. El negro me arrinconó contra la pared. “Ahora te vas a la colchonería, y te comprás un colchón de dos plazas, con resortes y en un pago. En menos de un mes, quiero encontrar al menos la mitad de los fierros vencidos de las veces que vas a hacer rechinar esa cama, ¿me entendiste?”, me disparó sin sacarme los ojos de encima. “Sí, señor”, le contesté tragando saliva. Touché.
Se limpian primero los muebles y por último el piso, ¿no?
Mudarse, irse de la casa de nuestros viejos, es un cambio más profundo del que pensamos. Como que al principio uno no se da cuenta de que está a punto de afrontar viejas responsabilidades que hasta ese momento recaían en otras personas. Independizarse es depender de nosotros mismos y ahora, de a poco, me voy dando cuenta que, quizás, mudarse solo también sea preparar el terreno para una potencial compañía ¿no? Ah, una cosa, ya que por estás acá te pregunto…
…¿la ropa se achica si la lavás con agua caliente o fría?