Por: Martín París
Preparando mi mudanza, me puse a revisar los cajones jamás abiertos de unos muebles en desuso que hace tiempo tengo en la baticueva. En uno encontré unos australes que casi que valen lo mismo que el peso actual, en otro una colección de estampillas rarísimas de países inexistentes que tiré a la basura, pero lo que más me llamó la atención fue un libro extraño que estaba bajo la pata de una biblioteca antigua que había pertenecido a mi abuelo. Al principio, lo metí en la caja de manuales de colegio primario que no sé por qué razón todavía conservo, pero después, por una suerte de extraña atracción mágica, me volví hacia él. Lo tomé entre mis manos y, luego de soplarle una gruesa capa de polvo que tenía sobre su tapa, comencé a hojear sus páginas amarillentas. Fue así como descubrí un compendio de mitos y leyendas increíbles que, a pesar de lo aparentemente viejo que se veía ese raro ejemplar, aún conservaban una actualidad y una forma de escritura tan coloquial que no me dejó despegar los ojos de sus oraciones bimembres. El libraco tiene el curioso nombre de “Mitología amorosa”. No sé quién es su autor, pero como soy un tipo muy copado acá les transcribo algunas historias que leí y que me llamaron la atención.
La bailarina de cristal
Algunos juran haber visto en la pista de muchos boliches una mujer que no deja de bailar a lo largo de toda la noche. Se trata de la bailarina de cristal, el adorno giratorio de una caja musical que alguna vez deseó volverse de carne y hueso. Fue un mago enamorado de su moldeada figura y su hipnótico movimiento quien le cumplió su sueño con un conjuro bajo una única condición: que todos los fines de semana, al caer el sol, la bailarina nunca dejase de danzar, puesto que de detenerse, su cuerpo volvería a su estado vidrioso, adquiriendo tal fragilidad que la haría capaz de estallar en mil pedazos con el simple retumbe de los parlantes. Por eso, nunca intentes sacar a bailar a una mujer en un boliche, salvo que te sientas capaz de acompañar su ritmo hasta el amanecer.
El mensaje perdido
Todos los sábados, exactamente a las 4:37 AM, en algún lugar del mundo, dos amantes perdidos se envían un mensaje declarándose su amor al mismo tiempo. Sin embargo, según dicen que consta en los registros de las empresas de telefonía celular, justo en ese instante, y por motivos que ningún técnico en telecomunicaciones todavía logró descifrar, la señal de sus celulares desaparece al unísono, provocando que esas epístolas digitales que podrían cambiar sus vidas para siempre desaparezcan en el infinito, condenando a dos almas destinadas a estar unidas por siempre, a perderse en el mar profundo del desencuentro durante toda la eternidad.
El trago del olvido
Cuentan que en todas las fiestas existe un trago del olvido, un brebaje capaz de borrar por completo de nuestra memoria todas las penas de amor. Nadie conoce su receta con exactitud, pero algunos creen que está compuesto por la mezcla de varias bebidas espirituosas, licores, vinos, gaseosas, fernets y demás elixires en proporciones específicas que todos ignoran. Quienes tienen la suerte de probar este trago, adquieren el poder de controlar su ansiedad, superar sus desencuentros y recobrar su seguridad frente al sexo opuesto, dejando atrás aquellas historias crueles e inconclusas que, alguna vez, supieron dañar sus almas de conquistadores.
Los amantes temerosos
Es común ver en una tertulia a hombres y mujeres que se la pasan chateando por sus teléfonos celulares durante toda la noche con personas ausentes. Fue así como se conocieron los amantes temerosos, una pareja de chicos que se amaban con locura pero que preferían la mediatización de sus encuentros al contacto cara a cara por el miedo que produce la posibilidad del rechazo. Dos almas nocturnas en pena que se necesitaban mutuamente pero que, al no animarse ninguno de los dos a dar el paso definitivo, ese que quiebra la barrera de la distancia tecnológica para pasar al contacto humano, a la proximidad de la seducción piel con piel, aún siguen chateando solos, lejos, cada uno por su lado, sin saber que lo harán por siempre, hasta morir sin haber asumido nunca el riesgo de amarse.
El chamuyador incansable
Mujeres de todas las características imaginables han jurado alguna vez haberse cruzado con el chamuyador incansable, un hombre encarador que parecería ser capaz de mantener una conversación con ellas durante toda la eternidad. Pues no se han equivocado, ya que este sujeto, a falta de encanto, ha desarrollado la habilidad de manejar una cantidad inagotables de temas de conversación con el único objetivo de conquistar mujeres. Suele encontrarse en las inmediaciones del baño de damas, donde se coloca estratégicamente a la espera de aquellas chicas que acuden al toilette para empolvar sus mejillas. Si usted, señorita, alguna vez lo cruza en un bar, simplemente ignórelo y no tema que la insulte por lo bajo: es que este chamuyero nunca logró levantarse a nadie con simples palabras.
Continuará…