Por: Fabio Lacolla
No hay nada más incómodo para el universo que ser celoso. Se pierde mucha energía, ganás en creatividad pero perdés en tranquilidad. El hombre celoso se convierte en un petit paranoid de la vida cotidiana de su pareja.
Es invasivo, controlador y -lo que es peor- la mayoría de las veces queda pagando. Busca donde no hay y escucha lo que no se dijo.
Conforme avanzan los meses, el celoso se convierte en un cineasta, un excelente imaginador de situaciones que podrían pasar… pero no pasan. O mejor dicho, ya pasaron.
Podríamos plantearlo así: Lo que temés que te pase, ya te pasó. Te paso en otro momento de tu vida y temés que se repita. ¿Cuál es la escena temida del celoso? El abandono. ¿Y cuál es la escena temida del abandonado? El desamparo. ¿Y cuál la del abandonado? La muerte. Tomá!
Ahora, si el muchacho piensa que, porque la mujer lo engaña, se va a morir, es un papafrita.
Ser celoso habla mal de vos mismo y de tus elecciones. Es posible que ella no te de la seguridad que vos necesitas para estar con alguien, pero entonces si es así, rajá de ahí. Nadie cambia porque te la pases controlándola, revisándole las cosas, hackeando su corazón. Lo que hace que las personas se transformen es el amor y no la posesión.
El posesivo es una persona carente, un chabón que no se la banca, y eso, Master, no seduce a nadie. Si yo, para sentirme fortalecido, necesito que el otro se someta a la manera de un rehén, pongo en evidencia mi debilidad como sujeto independiente.
Se habla de los celos con fundamento y los celos infundados. Los primeros remiten a que en la historia de la pareja haya ocurrido algún hecho de traición o fraude, alguna infidelidad o alguna mentira que sienta precedente. Pasado un tiempo el celoso empieza a desplegar sus argumentos así como la celada la contraofensiva.
Más vale cornudo que celoso. Mientras que el cornudo es la víctima, el celoso es el victimario. En los cuernos no hay ficciones posibles, cuando ocurren son inexorables, mientras que los celos son una invitación a la argumentación fantástica. Un sinfín de argumentos.
Las suposiciones se convierten en certezas y nunca (pero nunca) el celoso logrará someter a la muchacha. Es matemático: a mayor celos, mayor fragilidad del vínculo, por lo tanto, a mayor debilidad de la pareja, mayor probabilidad que todo se vaya al cuerno.
Nunca el celoso está preparado para tomar una decisión.
Si el celoso confirma su sospecha, tiene que tomar una decisión, ahora si comprueba que todo lo que pensaba era un error, también debería tomarla.
La falla del celoso y la celada es utilizar la herramienta de la razón para explicar (de ambos lados) algo que no tiene explicación. Los celos son un callejón sin salida.
Lo mejor para combatir los celos es admitir que lo que el otro piensa es verdad, aunque no sea cierto, ya que no hay celoso sin partenaire. Ejemplo:
-¿Vos miraste a ese chico?
-Si, ¿vos también?
-¿Y qué tenés que andar mirando?
-¿Vos lo viste? Era re lindo
-¿Pero que te pensás que soy un tarado?
-Y… si. Porque yo no me fui detrás de él, seguí caminado con vos hablando de estas giladas.
Los celos del hombre se ubican en el límite que ocupa el contorno del cuerpo femenino. Su preocupación es el ser desposeído de lo que él cree que le pertenece. No le importa si ella lo ama o no, al celoso le importa que ese cuerpo tenga exclusividad.
Dice Emilio Roig de Leuchsenring: “Los celos de un esposo anuncian a amigos y conocidos que hay mujer conquistable y pueden lanzarse a la aventura. Lo asegura el que más autoridad y conocimiento tiene para ello: el propio marido.” Es decir que el celoso, lejos de marcar territorio, dice con sus celos que abordar a su pareja, no debería ser tarea difícil.
También hay que reconocer que no todas son Desdémonas en la tierra de Chipre. Hay mujeres que necesitan ser celadas y provocan con sutiles insinuaciones los celos de su amado porque creen que la manifestación impulsiva de un celoso es una manera de demostrar su amor. Aunque en tu barrio, el amor se siga demostrando de otra manera.
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C.C.C.(Compartan, Comenten y Critiquen)