Por: Fabio Lacolla
A pesar de las peleas que tenés con el destino, de los berrinches con la noche y de la discusión con los fantasmas, a la larga te vas acostumbrando. El cuerpo se adelanta al cuerpo, tiene una sabiduría anodina que muy pocos saben interpretar. El cuerpo va llegando y te espera, sabe de paciencia y se desparrama en la vida cotidiana como un águila que cuida su nido. ¿Quién anida a quién?
Se apagaron las luces, el teatro quedó vacío y sólo se escuchan las paletas de una toma de aire en un vértice de la sala. ¿Cómo es posible que después de tanto barullo, el silencio ensordecedor de la soledad se instale bajo tu almohada? La soledad busca su propio tono, su propia modulación; y se va acomodando en tu día a día hasta hacerse amiga, como dos niños en un arenero.
Cuando le preguntaron a Roland Barthes como se puede vivir la soledad respondió: “Tuve la idea de que el sujeto que se entregaba a este amor-pasión o que era poseído por él era alguien que se sentía profundamente solo en el mundo actual, por una razón histórica, es que el mundo actual vive mal el amor-pasión, lo reconoce mal. Ciertamente, el amor-pasión forma parte de una cierta cultura, de la cultura popular, en forma de películas, novelas, canciones, pero, en la clase intelectual a la cual pertenezco, que es mi medio natural, el amor-pasión no está para nada en el orden del día de la reflexión teórica, de los combates de la inteligencia. Por consiguiente, para un intelectual hoy, estar enamorado, es estar realmente sumergido en la última de las soledades”. Pero claro, cuando todo cesa, cuando el tiempo recupera su forma natural de latir y cuando todo se “estabiliza”… aparece el horizonte.
Vivir sin el otro va mutando hacia el vivir en sí. Reorganizás tus tiempos y delimitás tus espacios. Incorporás actividades nuevas a tu vida de a uno, que van reemplazando las que eran de a dos. Te reencontrás con los amigos que fueron quedando en el camino, mejorás tu alimentación y el concepto de vida sana se instala como una nueva forma de vida. Pero qué pasa: cuando todo pasó y volviste a encontrar al que habías dejado… conocés a alguien.
Volver a estar en pareja después de haber atravesado un proceso de duelo es raro. Al principio es como esos pulóveres que te ponían de chico y te picaban todo el cuerpo. Te ponés celoso de vos mismo: querés cuidar tus tiempos, tus espacios, tus objetos, tus ideas, tus amigos, tus horas de sueño, tu serie favorita, tu yoga. Tu bicicleta, tu veganismo, tu caminata. Estar solo durante una temporada creó en vos a un teórico del sí mismo, a un intelectual de la autosuficiencia y a un disertante de la prescindibilidad. Pero la muchacha no es la ex. Se adapta a todas tus defensas al punto de no darte cuenta que están juntos. Y te empezás a sentir raro. Porque es raro volver a tomar un helado, comentar la película y desayunar con tostadas. No querés volver a lo de antes y tenés un poco de miedo. Pero a la vez, te das cuenta que esto es diferente por el simple motivo que ya no sos aquel que estaba dispuesto a dar todo por amor, porque el vínculo anterior, te enseño que el “todo por amor” transcurre en las novelas, que al amor hay que darle en la medida que te da; que no es un tanque de nafta. Aprendiste que la pulseada no es con el otro sino con el amor que se instala “entre” ustedes dos; y que ese “entre” es el regulador del vínculo… dejemos los actos heroicos para las historietas.
-¿En qué pensás? – dice ella como para romper el silencio de la tarde-.
-Nada, que me siento un poco raro. Me cuesta acostumbrarme a estar con alguien sin la tensión de estar con alguien –dice él, como tirándole un piropo rebuscado-.
-Yo pienso que uno se busca solito los quilombos, que si habita una relación maltratadora es porque algo de maltrato hay dentro de sí mismo – dice mirando de reojo la cara que pone-.
-¡Guau! ¡Qué fuerte! Nunca lo había pensado así. ¿Vos querés decir que en definitiva uno mismo se mete en esos líos?
-Lo que digo es que uno tiene la pareja que se merece. Por eso, si nosotros estamos bien es porque algo generamos: el azar dura un instante, ahora… lo que nosotros hacemos con ese instante, es responsabilidad de nuestras respectivas neurosis.
-Yo no sé cómo se te ocurren esas cosas.
-Todo esto es producto de lo que yo llamo peajes. Mucha gente considera que con el simple hecho de enamorarse apasionadamente de alguien tienen el derecho de vivir intensamente ese amor como si fuera real. Para mí el amor-pasión es ortopédico. Uno tiene que pasar por varios peajes antes de llegar al amor real, sin ninguna garantía de que alguna vez se llegue.
-¿Qué me querés decir?
-Nada, que te relajes. Si hoy dejáramos de vernos ¿cambiaría mucho tu vida?
-No, la verdad que no. En todo este tiempo creo que logré recuperarme – dice en un tono triunfal-.
-Por eso, mejor relájate y no pensés tanto.
-Sí, tenés razón. Haceme acordar que antes de ir al cumple de Lorena pasemos a cargar nafta.
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