130. Los amores que retornan una y otra vez

#AmoresTóxicos

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El amor tiene millones de caras, algunas maquilladas como para la tapa de una revista, otras como para hacer un bollo de papel y lanzarlo al viento como un pájaro. Algunas caras son enigmáticas al punto de no poder descifrar jamás el laberíntico secreto del deseo, otras son la expresión misma de la ingenuidad.

Una de esas caras es el eterno retorno. Vínculos que resucitan cada tanto y vuelven a intentarlo una vez más. Personas capturadas por el Ave Fénix del amor que utilizan las cenizas del allá y entonces para reinventar un aquí y ahora pendular. La idea del “malo conocido” limita el campo visual del corazón. Gente que se ubica en la triste idea que lo que viene no superará lo ya acontecido, posiblemente porque lo buscan es calcar las emociones alguna vez deparadas por el vínculo añejo. Cuando Spinetta decía que mañana es mejor lo decía abrazado a la esperanza de que el destino tiene su propio saber. Y es en la esperanza donde el destino del amor mejor descansa. Pero claro, para hospedar a la esperanza no alcanza con la fe; la esperanza es producto del trabajo consigo mismo, pretender acudir a la esperanza sin trabajarse es caer en la triste dependencia de la ilusión. Te aferrás a la ilusión cuando buscás un salvavidas, recurrís a la esperanza cuando tenés un plan de vida.

Una pareja se termina por infinidad de motivos: se acaba, se agota, se pudre, se abandona. Pasa el  tiempo y probás la soledad, el touch and go, hacés el cómo sí de un nuevo vínculo, te hacés misógino, feminista, abúlico, castrati. De repente se hace presente el recuerdo activando los filtros benevolentes de aquella historia y te decís la famosa frase de que “de última no estuvo tan mal”. Un café deriva en una cena, una cena en una noche, una noche en un finde y un buen finde aporta argumentos más que sólidos para volver a intentarlo olvidando que la suma entre vos y el otro, por más que cambies la combinación, siempre dará el mismo resultado.

laberintoTodo retorno gana en apasionamiento pero pierde en perdurabilidad. Retornar a un vínculo añejo es como tirarle alcohol al fuego del asado. Se enciende al instante, se consume al toque. Entonces, la desilusión. Vos tenías la ilusión de que ya estaban más grandes y maduros y que ya no iban a pelear por las tonterías que peleaban antes. Es cierto, ahora pelean por nuevas tonterías. Toda revancha debe contener la posibilidad de volver a perder, garantizarse el éxito antes de salir a la cancha es un acto de cobardía disfrazado de Iron Man.

¡Plop! Volvió a explotar. Cada uno a su cucha. Vuelve el gym, la bicisenda, el asado de los jueves, el curso de francés y todas esas cosas sin importancia que dejás cuando estás en pareja. Tenés el control y nada se escapa. Se engrosa tu colección de historias efímeras y obtenés la licenciatura en relaciones amorosas. La vida sigue, las cosas cambian y a que no sabés qué. Correcto, el destino te arroja del tren del pasado a ese vínculo añejo, a esta altura familiar, primario y berreta. Y nuevamente un té verde deriva en una velada sushi, el sushi en un día en el tigre y algunas charlas sobre el veganismo, el paralelo cero y la salud de tu viejo que ya está viejo.

Ya a esta altura no importa si es la ilusión, la esperanza o el destino: lo que importa es que, como dice Félix Grande, donde fuiste feliz alguna vez, no deberías volver jamás.

Los amores que retornan una y otra vez encuentran en la conservación un modo de eludir al futuro. Temen perder el equilibrio ahogándose en una zambullida. Pierden por no querer perder y hasta simulan el bienestar poniéndose para siempre la triste careta del cómo sí. Son raros los casos donde uno puede reinventarse de a dos cuando se viene de varios intentos. El problema no es probar sino permanecer tozudamente creyendo que al amor se lo vence a puro capricho.