Por: Fabio Lacolla
El, desparramado en el sillón del living, buscando qué ver en Netflix.
La búsqueda lo obsesiona, no quiere dejarse influenciar por la gráfica de las películas. Mira por la ventana como si el estado del clima le indicara que tipo de película debería ver. Hay una de un soldado que a pesar de las mutilaciones que sufre en combate, se carga ciento cincuenta japoneses. Hay otra de un tipo que inventa una pastilla que lo teletransporta a un momento aleatorio del Siglo XVI como una ramake de “El túnel del tiempo”. Piensa que las de Ben Stiller y Adam Sandler son todas iguales.
Pero de pronto recuerda que varios amigos le recomendaron que empiece a mirar una serie que está buenísima; hasta que, después de varios minutos de vacilaciones, se decide por el primer capítulo de la primer temporada de “House of card”. Se dispone a disfrutar de ese momento de intimidad que se llama “ahora estoy conmigo mismo un par de horitas después de la terrible semana que tuve”, hasta que escucha una voz dulce y aflautada que pregunta:
- ¿No sabés dónde dejé el cargador?
- No. No lo vi.
- ¿No lo dejé en la pieza?
- No lo vi.
- Por ahí quedó en el auto.
- Puede ser.
- ¿Vos no te acordás si yo lo saqué de la cartera?
- No me acuerdo.
- Pero estoy dele buscarlo y no lo veo por ningún lado.
- ¿Te fijaste en el baño?
- ¡Pero como lo voy a dejar en el baño que se llena todo de vapor!
- Bueno, no sé, búscalo. Yo estoy viendo una serie.
- Sí, pero me va a llamar mi hermana y no tengo batería.
- ¿Y a mí que me decís? Que te pensás que soy adivino, que tengo la bola de cristal.
- Bueno, pero podrías ser más solidario y en lugar de hacerte el irónico ayudarme a buscarlo.
- ¿Qué irónico? ¿No ves que estoy a punto de ver una serie tranquilo y vos me venís con lo del cargador? Qué mierda me importa tu cargador. Buscalo.
- No ves que con vos no se puede hablar. Yo tengo un problema y a vos no te importa. Siempre el mismo egoísta que se corta solo.
- ¿Por qué no venís vos y me ayudás a ver la serie? Por ahí hay cosas que no entiendo de la trama y…
- ¡Ah bueno! Me estás boludeando. ¡Cómo te gusta rascarte! Me ves que estoy desesperada buscando el cargador y encima me gastás.
- Pero escuchame Marcelita.
- No me digas Marcelita.
- ¿Y COMO MIERDA QUERÉS QUE TE DIGA?
- Marcela.
- Bueno Mar ce la, yo no tengo nada que ver con tus olvidos. Me tenés harto. Un día son las llaves, otro día los anteojos. Estoy podrido. No puedo hacerme cargo de tus despistes, tenés que concentrarte más.
- O sea que ya no me querés más. Estás buscando cualquier excusa para irte a la mierda. Bueno, ok. Pero decímelo de frente, no des más vueltas. Si querés que esto se corte me lo decís ya mismo. Yo no voy a andar arrastrándome como tu ex que no te deja tranquilo. Si es tu deseo esto se acaba acá nomás.
- Sólo quiero ver un poco de televisión, no hagas de una boludez un drama. Sos especialista en encontrarle problemas a las soluciones. Ponete a buscar tranquila y dejame en paz. Ya va a aparecer.
- Siempre te la pasás subestimándome, pensás que todo lo que me pasa es una estupidez. Pero está bien, dejo al Rey León tranquilo con “su” película y “su” momento para él. Y a mí que me parta un rayo.
- Después hablamos, Marcela, después hablamos.
Transitar un vínculo a través del miedo no es buen remedio para los que se sienten solos. Ella espera el final en cualquier momento, entiende que cualquier conflicto, por mínimo que sea, provocará el desenlace. Él está tranquilo, la quiere y no se pregunta demasiado. Vive el día a día como quien se compra un auto usado pero lo quiere como si fuera un cero kilómetro. Nada en su vida descolla, ni es tan terrible. Vive en la tibieza de la vida cotidiana y no se queja. Decretó que la felicidad es más o menos eso.
Ella todavía no termina de cicatrizar cosas de su pasado y tiene la sensación de que todo puede perderse de un momento a otro… tan simple como un cargador en la cartera.