Por: Fabio Lacolla
Hoy me levanté con mucha resaca. Últimamente la cerveza me trata mal, me codea la cabeza y me pellizca el hígado. Me cuesta abrir los ojos y sobre todo recordar qué hice cinco horas antes. Recuerdo que tipo diez de la noche pasé por lo del Bichi a comer una milanga y a tocar un poco la viola, de ahí arrancamos para una de esas fiestas de música latina. Hicimos una apuesta: el primero que se comía a una gorda, en la próxima salida, no pagaba un solo trago.
En invierno es más difícil encontrar una gorda genuina, con los abrigos y las bufandas, es más complicado ir catando papadas. Aun así, entre la música de Ozomatli y el beat de Orishas, ahí la vi. Cara de luna llena, piernas de defensor, hombros de Venus Williams, pelo de Julieta Díaz, sonrisa generosa, cintura inexistente. El impulso del faso y el alcohol me llevó volando hacia ella con la intención de corroborar una vez más que las gordas son gauchitas. Me encantan las gordas que se mueven como flacas; las que se bambolean como anoréxicas pero te besan como bulímicas.
Lo poco que me acuerdo es que busqué en mi archivo de coleccionista la estrategia adecuada para ese bombón asesino. Tengo para cada perfil un verso diferente. A las flacas sufridas hay que irles de misterioso y medio depresivo, garpa mucho la de la reciente separación de tus viejos o la enfermedad de la nona. Tenés que hablar en un tono bajo y tratando de esquivar la mirada cada tanto. Son más bien de pelo lacio y medio palidonas, suelen tener la mirada perdida y se ríen con un solo lado de la boca. Poco culo, mucha teta. Nunca un tequila, andan más bien por los caminos del daiquiri. Dudan de lo que dicen y se manejan mejor con los gestos que con las frases.
A las rubias “oriyinals” tenés que irles de bipolar, alternando una frase frívola con otra inteligente, me ha pasado de creer que todas las rubias son medio boludas y me comí un par de gastes. Está la rubia competitiva que no tolera ser vista como estereotipo y trata de superarse a sí misma haciéndose medio hipster. Puede trabajar en una productora o escribir en algún blog cosas que desea pero nunca lleva a cabo. A mayor guarrada literaria menor consistencia vincular.
Y está la rubia típica de fábrica, a esa le entrás por el lado de que tus amigos que navegan siempre te invitan pero nunca vas porque no tenés a nadie copado que le guste esa onda. Todo lo que para vos puede ser de buen gusto ella lo verá como grasa, así que invertí tus preferencias: donde va no, poné si y tenés en principio la afinidad asegurada. Les encanta pensar que todo el mundo es lo menos, así que tomá de punto a un par de chicas y criticales la onda. Mientras te habla del hermanito vos tenés que poner tu mejor cara de maestra jardinera.
Con las rubias de peluquería te tenés que manejar diferente. Son minas que reniegan de lo que son y por lo tanto siempre quieren ser otras, el secreto es pescarles qué las atrapa y seducirlas con la promesa. Son medio escandalosas y siempre cogotean para ver a quién le mandás mensajes. En el fondo buscan salvarse a través de otra persona, por eso, creen enamorarse pasionalmente y harán cualquier cosa por no dejarte ir. Yo suelo decirles que estoy en una relación complicada y eso me sirve para poner paños fríos cuando se viene la demanda masiva.
Con las intelectuales es todo más descarnado. Les tenés que hablar sin filtro, como si hablaras con el Bichi. Ellas valoran que las trates de igual a igual porque son medio fóbicas a sentirse avasalladas. Si vas a ir a una fiesta de Puan primero leete algún suplemento cultural, eso te da data por si la cosa se pone difícil. El yeite acá es, pelar dos o tres autores de moda para que ella sienta que sos del palo y después dejar salir esa bestia de Madero que tenés en tus fibras más íntimas. No te olvides de anteponer cada tres frases la palabra digo.
La hippie rasta seguro tiene que ver con la organización de la fiesta. O se encargó de las bebidas o se encargó de la decoración. Al principio tenés que irla de amigo solidario y comprometido con algo. Si no tenés mucho chamuyo sobre política, la de los animales o el medio ambiente va como trompada. Te le acercás como un hermano, le hablás como un primo, le bailas como un compañero del Pellegrini y la encarás con cara de sorprendido, onda… que loco lo que nos pasó!
Las más difíciles son las recién separadas. Acá garpa mucho el mensaje paradójico. La primer hora tenés que alentarla que vuelva con el chabón, diciéndole que vos sabés perfectamente lo que es estar recién separado y que no se lo deseás a nadie. Que darías cualquier cosa por volver a sentir eso de estar “juntos”. Stop! Ahí tenés que chequear como te mira. Si te mira con atención, avanzás con la del sensible familiero (en algún momento nombrá a uno de tus abuelos), tenés que dejar claro que, como vos sabés lo que es sufrir ese desgarro, no se lo deseas a nadie… y ahí te vas acercando. Si no te mira con atención y sigue en su mambo, arrancá con el speech del instante, que hay que vivir el momento, que la vida son cuatro días y que “yo no sé mañana”.
Ah! Pero estábamos en lo de la gorda, a las gordas le gustan las chanchadas y los chistes con doble intención. Son gauchitas porque necesitan demostrar que son mejores que las vistosas. El secreto para levantarse una gorda es la complicidad. Cuando esa redondez bamboleante detecta que sos su cómplice tenés el pete asegurado y, si a eso le agregás un poco de cachondeo en la danza y palabrotas en el oído, seguramente amanecerás con resaca, sin recordar muy bien lo que hiciste después de la casa del Bichi y con el sonido de la ducha regando una canción de Calamaro cantada por vaya a saber quién.
C.C.C. (Critiquen, comenten y compartan)