Por: Fabio Lacolla
El amor no tiene por qué llegar. Todos nosotros podríamos vivir sin él. La falta de amor no debería impedir el desarrollo del resto de las actividades de la vida cotidiana, sin embargo para algunas personas, cuando el amor no llega paniquéan, abrazados a la espera, temiendo que esa llegada no ocurra jamás. Para muchos la llegada del amor es sinónimo de felicidad al punto de pagar precios muy altos para mantener esa ilusión.
Pero cuando el amor no llega, todo se lentifica y las las teorías se acomodan para aliviar el dolor. Nos ponemos argumentistas disociando el afecto y distanciándonos de toda sensiblería.
Cuando el amor no llega no hay inmensidad que contenga ese punto fijo donde la nada se oscurece y no hay música que unte los latidos discontinuos de una próxima vez.
Cuando el amor no llega nos pintamos de envidias y nos maquillamos con rencores. El pasado se hace presente poniéndole una venda a un puto fin de semana.
Nos duele el después.
Cuando el amor no llega te tartamudean los pensamientos a la hora de saber elegir y el apuro produce todo lo contrario a tus intenciones.
Cuando el amor no llega no hay que salir a buscarlo.
Tal vez el secreto sea fortalecer lo que hay y no debilitar lo que no hay. Me refiero a ser un escenógrafo de tu propio bienestar. Muchas veces dijimos que para que aparezca el verdadero amor, primero hay que llenarse de amor y si el amor no acude, seguramente no es el momento. Cuando la ansiedad nos impulsa a adelantarnos al amor construimos vínculos que no nos hacen bien.
Lo más difícil del amor es el mientras tanto donde el tanto siempre es poco. Las redes sociales se tornan peligrosas cuando el amor no llega, primero porque la gente es más linda por Facebook que personalmente, el Twitter no te pide mucha profundidad y no hay nada mejor que esconderse en una etiqueta. ¿A nadie se le ocurrió desarrollar el Anti Facebook?
Y como siempre los amigos nos salvan de la espera, mientras no llega el amor lo mejor que podés hacer es compartir sin virtualismo lo que te pasa y seguir en lo que estabas haciendo ya que siempre habrá alguien que ponga el ojo en tu cerradura.
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