Por: Fabio Lacolla
Lo que fue
El tío Facebook y el primo Google nos permiten visitar el pasado sin demasiados esfuerzos y las redes sociales van filtrando cada vez más nuestros sueños. En el siglo pasado para evocar a alguien solo teníamos el recurso de la memoria o de alguna visita onírica, hoy las yemas de nuestros dedos nos transportan al pasado y a todos los seres que ahí habitan. Vivos o muertos.
Hay vínculos amorosos que terminan de la peor manera: con mocos, alaridos y desamparos; pero hay otros que se van diluyendo y apagando como la llama de un encendedor que se le va acabando la bencina. No se si catalogar a esos finales como más adultos o no, sólo se que terminan sin demasiado ruido y que a la larga, con el tiempo se transformarán en un buen recuerdo. Relaciones vinculares que tuvieron un buen tránsito sin demasiada fogosidad pero cercanas al buen trato. Afiladas complicidades que duraron hasta que uno de los dos fue sintiendo que necesitaba buscar por otro lado y que el otro acepto de buen grado pero con la incomodidad que genera escuchar que el otro ya no nos elige. El final de una relación amorosa no necesariamente debería ser caótica y traumática valga la esdrujularización. Hay historias amorosas que terminan correctamente porque uno supo decir basta y el otro aceptar el final. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar los finales? El abandono nos debilita la esperanza al pensar que nunca volveremos a tener aquello que perdimos.
Lo que sería
Ok, pasó el tiempo, fuiste conociendo otras personas, con algunas tuviste relaciones episódicas, con otras, historias más duraderas; inclusive puede ocurrir que hace años estés con la misma persona ya que lograste armar una relación que te cierra por varios lados y vivís sin sobresaltos. O tal vez hace un tiempo que estás solo y te gusta porque aprendiste a vivir así y sentís que tus tiempos, en su mayoría, son innegociables.
Pero hay algo de la historia que retorna como pajarito a la ventana, son esos vínculos que al recordarlos te inspiran ternura, buenos recuerdos y dulces complicidades. Vínculos que terminaron, inclusive sin saber bien porqué. Personas con las que te irías a tomar un café después de mucho tiempo y te das cuenta que todo está en el aquí y ahora como allá y entonces con la diferencia que pasó mucho tiempo y cada uno hizo de su vida lo que pudo. Son vínculos tiernos, que inclusive conservan cierto halo de romanticismo pero que el presente les dice que el tren ya pasó.
Dice Félix Grande que “donde fuiste feliz alguna vez no deberías volver jamás” ya que el tiempo hará sus destrozos levantando un muro donde chocará tu ilusión. Las segundas partes son el outlet del amor. Esta bueno reencontrarse con quien uno fue feliz aunque eso, no debería implicar que la intención trascienda el momento grato del encuentro y que secretamente uno de los dos quiera saldar una asignatura pendiente o bien creer que ese, que está ahí frente, sigue siendo el mismo.
Así como no creo en el argumento que algunas personas sostienen cuando no le gustás o no la calentás y te dicen “si tenemos sexo voy a perderte como amigo”, tampoco creo que en eso de que “con los años me di cuenta que te perdí de boludo, que fuiste lo mejor que me pasó en mi vida amorosa”. ¿Ah si? Y porque no saliste a buscarla cuando te diste cuenta ¡gil! Ese relato empobrece tanto a uno como al otro. El arrepentido porque, si fuera cierto lo que dice, no tuvo el coraje y el anoticiado porque esperó hasta la resignación. Y da bronca que después de un tiempo te vengan a decir que fuiste re grosso… pura mierda, mi timbre siempre estuvo a tu disposición.
Que te encuentres cada tanto con los pibes de la secundaria y hagas las mismas boludeces que te hicieron feliz no quiere decir que vuelvas a anotarte en el Comercial Nº 9 Dr. José “Pepe” Ingenieros para volver a cursar primer año. La vida es para adelante, los recuerdos para atrás y el instante para vivirlo y gozarlo. Cuando los tiempos se confunden los proyectos se ponen tristes.
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