Por: Fabio Lacolla
El último libro de Yasmina Reza, la autora de la famosa pieza teatral Art y que supo mantener en cartel durante varios años Ricardo Darín junto a Germán Palacios y José Luis Mazza, se llama Felices los felices; y habla sobre las alegrías y miserias cotidianas de 18 personajes atrapados entre la dificultad de vivir, el hastío de amar y el pánico a morir. La autora arranca el libro con una frase de Borges que dice: “Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor”.
En un reportaje que le hace Alex Vicente para el periódico español El Pais, Yasmina dice que elige esa frase porque advierte con buen tino que, quienes logran prescindir del amor, también pueden llegar a ser felices, y considera una verdadera estupidez asociar a la felicidad con el amor. “Intentar realizarse por vía del amor es una imposición social que vuelve desdichada a mucha gente”. Para Reza, la pareja es una construcción artificial.
Vivir sin amor suele interpretarse como vivir sin un otro y estar entregado a las tortuosas soledades de los fines de semana, a las avaricias del placer que no llega y al tic tac insoportable de la presión social sintetizada en la silenciosa mirada del prójimo. Una cosa es vivir sin “un” amor y otra es vivir sin amor. Se puede ser feliz sin estar en pareja. La presión que la sociedad viene ejerciendo por “el estar en pareja” suele entorpecer al verdadero amor. Nadie elige bien bajo presión y mucho menos cuando esa presión esta internalizada al punto de convertirse en un mandato natural.
Estar bien con uno mismo es animarse a pensar con la cabeza abierta con el objetivo de darle movimiento a las ideas y utilizarlas como vehículo hacia la diversidad. El que logra estar bien consigo mismo tiene mucha más libertad a la hora de elegir. El Siglo XX nos inundó de mandatos familiares a través de diferentes relatos sociales, culturales y artísticos anunciando que el bienestar venía de la mano del estar en pareja y que tener una familia era un modo de “estar salvado”.
Estar solo no es lo mismo que serlo. El “estar” es una elección, el “serlo” una consecuencia. La independencia afectiva desaloja la mochila de tu espalda y te permite caminar por la playa sin muletas. Ser independiente del afecto del otro no es no tener corazón ni ser un renegado. Es manejar mejor los tiempos afectivos y los espacios de encuentro con los demás, correrse de los siempres y los nuncas pendulando los talveces. De lejos, parece que las personas con independencia afectiva, tuvieran el corazón herido y que ponen distancia de los demás a la espera de la sanación cardioemocional. Sin embargo son personas que aprendieron a andar sin urgencias.
Corría el año 1851 y Schopenhauer escribe en la obra Parerga und Paralipomena una parábola llamada El dilema del erizo, en ella, relata la historia de un grupo de puercoespines en un día de mucho frío y que tienen gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros, pero mientras más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino. Sin embargo, debido que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir calculando la distancia hasta encontrar la separación óptima y por ende la más soportable.
La idea que esta parábola quiere transmitir es que, cuanto más cercana sea la relación entre dos seres, más probable será que se puedan hacer daño el uno al otro, mientras que, cuanto más lejana sea su relación, mas frío sentirán a la hora de relacionarse.
Tal vez, la consecuencia de la independencia afectiva sea aprender a medir esas distancias y tener la inteligencia emocional adecuada para regular el termostato amoroso del encuentro con el otro. Ser independiente afectivamente no es ser insensible, sencillamente es valorar la intimidad y los territorios por donde uno circula emocionalmente, sabiendo decir oportunamente que no y disfrutando de los si en el momento que acontecen.
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