110. El amor después de los hijos

#AmoresTóxicos

De pronto descubrís el silencio. Ya no hay mocos pegados en el guardapolvo ni hebillas perdidas en una mochila. Ya no se escuchan las peleas en el fondo, ni la situación te impone que improvises un juez de paz ecuánime y más o menos justo. Ya no hace falta pensar, antes de dormir, si estarán bien tapados. El olor a almidón se fue con los primeros barritos y el frasco de chocolatada empezó a durar cada vez más tiempo. Y volvés a pensar en el silencio, un silencio que hasta hace poco, estaba lleno de ruidos. Sabés que es la ley de la vida, que es parte del crecimiento, que ese día llega inexorablemente… pero te duele. Sentís que con ellos se va una parte de tu vida, un pedacito de tu corazón. Los ayudás, los acompañás, pero te duele. Lees en Google lo del nido vacío pero cuando te toca a vos es diferente.

El mayor estudia lo que siempre le gustó, Salió cabeza dura como el padre. La menor empieza una cosa, se aburre enseguida y va en busca de un nuevo desafío para poder dejarlo. En eso sale a tu hermana.

Hasta hace muy poco, la casa parecía un club de barrio. Todos los asados y las previas del fin de semana se hacían en la calle Mercedes. Renegabas pero te gustaba tener la casa llena, decías que estaba llena de vida.

pizzaDisfrutabas del mate mañanero antes que el mayor partiera rumbo al trabajo; y de las caminatas con la Peti los sábados a la tarde por la calle Avellaneda. Pero ya está, ya se fueron, se tomaron el palo… y eso te duele. Pero es un dolor lindo, como el dolor que te agarra después de recomenzar por enésima vez el gimnasio, es un dolor que a la larga te va a hacer bien. Un dolor que sirve para que las cosas crezcan y evolucionen. Una dolencia que te deja tranquila.

Y de repente, un sábado a la noche, en el medio del silencio lo mirás al flaco y ya lo sabés de memoria. Al tercer cruce de mirada te va a decir si no querés ir a comer una “pizzita” al Fortín. Él sabe que tiene que esperarte media hora para que te pegues una ducha veloz sin pelo, te cambies las calzas y te pintes un poco. Mientras, él se pone las bermudas de gabardina, la remera de Kevingston y las Adidas negras.

El amor después de los hijos tiene menos palabras y más contemplación. Nunca dejarás de ser madre pero en algún momento tus hijos dejarán de ser hijos. Es cuando despegan, cuando se chocan, cuando salen a jugar su partido. Te mirás con el flaco y, pizza de por medio, hacés un comentario del narigón de la mesa de al lado, él te comenta que su cuñada está cada vez peor. Hablan de los resultados de la hemoglobina glicosilada y del manguito rotador. Y cada tanto se miran a los ojos. Y encontrás en esa mirada veinticinco años de vida en común. No se lo decís, pero te emociona verlo ahí, frente a vos. El flaco que te bancó cuando se fue tu viejo de un día para el otro, el que todos los cuatro de agosto te viene con las rosas, el que nunca se queja pero que sufre cuando te ve deprimida mirando hacia ningún lado. El que en las épocas duras te decía que ya había picado algo en el laburo para que alcance para todos. El que a principios de los ochenta se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a buscar al mayor a la comisaria. El que, cuando se pone nervioso, tartamudea. Ese flaco, que repartía parientes con el Dodge después de un cumpleaños, está ahí frente a vos comiendo una “pizzita” en el Fortín. Por eso, mirás disimuladamente en ventilador de techo y le agradecés a Dios haberte cruzado con él. Ese flaco que ya tiene dos by pass. El mismo que te agarraba la mano antes de entrar al quirófano.

No te imaginas la vida sin él. Tenés la fantasía de irte vos primero porque tu vida no es sin él. Te lo imaginás como abuelo y te emociona, ya lo ves haciéndoles a sus nietos las mismas cosas que les hacía a tus hijos. Él es el que te calienta las manos y el que sabe el momento exacto de llevarte un tecito caliente a la cama. El que cuando te peleas con tu vieja trata de apaciguar las asperezas. Te duele el corazón cuando recordás la única vez que lo viste llorar, parecía un nene avergonzado por el desamparo. Ese día supiste que el flaco iba a ser para toda la vida.

Y ahora que los hijos están volando por ahí, lo volvés a mirar y ves en esos ojos celestes a la persona que supo traducir tus inseguridades y el que te ayudó a ser una madre con todas las letras. Al que siempre te respetó como mujer y te enseñó que los mejores momentos de la vida giran alrededor de una “pizzita”.

AMORES TÓXICOS EN

LA NOCHE DE LOS LIBROS

Sábado 29/11 – 19hs. Librería Ghandi -

Malabia 1784, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

ENTRADA LIBRE Y GRATUITA

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