Por: Fabio Lacolla
Se oye, en los pasillos de las universidades o en los baños de las oficinas, que algunas personas muestran cierto desinterés por las relaciones amorosas. Sostienen que el amor ya les pasó y están orgullosas de no tener una relación enfermiza ni con el concepto ni con el acto. El amor, mientras no lo domes, te mea en la cabeza. Personas que se sienten libres de un mandato y pregonan militantemente la decisión tomada. Lo que no entiendo es porqué ponen esa cara.
Mucha gente tiene la fantasía que con el amor se van a “salvar” y apuestan a él depositando todas las energías en pos de un futuro tradicionalmente amoroso. Sobre todo la gente que alguna vez conoció a alguien especial con el que se podía llegar a tener una relación. Un encuentro verdadero donde habría una súper conexión. Sentís respirar el mismo aire y todo suena perfecto, pero… después de un tiempo vos querés más y el otro necesita menos.
Entonces pasa lo que pasa siempre: llantos, dudas, culpas, silencios, borrada de las redes sociales, promesas, pase de facturas, reconciliación, mentira y verdades. Tristeza, alivio, victimización. Odios, adioses, terceros de indias, maletas, divisiones y anestesias. Después el duelo, abstinencia, reivindicación. Períodos para afuera, temporadas para adentro. De pronto conocés a alguien y la rueda vuelve a girar. Hay gente que se cansa de esa rueda, que quiere salirse, desembarazarse de la idea del amor.
Según la socióloga marroquí Eva Illouz, desde una perspectiva cultural, pueden pensarse dos formas distintas de situarse frente a esta decisión: una forma hedonista, “que consiste en postergar el compromiso para dedicarse a una acumulación de relaciones por placer, y una forma abúlica, que consiste en padecer una incapacidad para desear el compromiso, es decir, para poder comprometerse en una relación”. Es decir, que en la primera incluye el deseo de experimentar distintas relaciones y la incapacidad de elegir una sola pareja fija, mientras que la segunda categoría, incluye la incapacidad de desear una relación. “En la primera habría un desborde de deseo y, en la segunda, una deficiencia”. Para Illouz en un caso sería la dificultad de conformarse con una sola relación debido a la abundancia de opciones y en el otro el problema sería no desear a nadie.
No siempre que uno decide no incursionar en los territorios que el amor propone, denota una falta de compromiso. El ser hedonista o abúlico no siempre proviene de una incapacidad como dice la autora, a veces simplemente es una elección de vida. La libido, por su capacidad camaleónica, puede adaptarse a cualquier formato, sino no podría explicarse que haya gente que siga coleccionando mariposas. También hay que decir que a veces uno elige lo que a priori empezó por aceptar. Toda ideología puede ser producto de una limitación o bien de una fortaleza. Si decidís alejar al amor de tu pantalla cotidiana porque lo intentaste varias veces y finalmente nunca resultó, es una cosa; si la decisión fue producto de haber vivido una mala experiencia donde tus referentes de pareja fueron un desastre, es otra. En un caso probaste y no pudiste, en el otro pudiste probar y no quisiste.
Nada es para siempre y mucho menos una pelea. El amor está plagado de temporadas y, por omisión o por compulsión, siempre ronda por alguna esquina, algunas veces es un delfín, otras, un tiburón.
Pelearse con el amor es tomar distancia de la arena que habita tu cuerpo sin permiso; es salir de vacaciones con una pequeña mochila con destino laberintico. También es cierto que al amor hay que darle vacaciones, no podés estar todo el tiempo buscando ese pulso amoroso pegajoso como un chupetín. Después de todo lo mejor de las peleas es la reconciliación.
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