El Narcisismo de Freud y el joven que se enamoró de sí mismo

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El Narcisismo de Narciso: o el joven que se enamoró de sí mismo

Una vez más recurrimos a Sigmund Freud para desandar conceptos fundamentales de su teoría psicoanalítica, como ya lo hemos dispuesto con el Complejo de Edipo y las nociones de Eros y Tanatos. En esta ocasión, extraeremos de su obra Introducción del Narcisismo precisamente este último concepto. En efecto, Freud designa con este calificativo al trastorno (narcisista) de la personalidad, por el cual, existe en el sujeto una sobrestimación de sus dones físicos, aptitudes y capacidades al punto de padecer de forma extrema la necesidad de reconocimiento y admiración de sus pares. Si bien el sentimiento de reconocimiento es propio de todos los seres humanos, en el narcisismo se manifiesta de forma incrementada y se erige como creador de un trastorno. En estos casos, se puede generar en el paciente un agudo crecimiento de su ego y asimismo un profundo menosprecio de las emociones ajenas.

Eco, observa cómo Narciso comienza a enamorarse de sí mismo. La historia fue tomada por Freud para representar la patalogía precisamente llamada Narcisismo.

Hace unos días conocimos la procedencia de la palabra “eco” y la historia de Eco, aquella náyade (ninfa de ríos) que, castigada por Hera por seducir a su esposo Zeus, sólo podía emitir las últimas palabras de las frases que otros pronunciaban. Confinada a vivir eternamente en montañas y cuevas, deambulaba sin rumbo esperando que alguien pisara su solitario hábitat para saciar sus profundos deseos de hablar aunque sea unas palabras. En una de esas visitas esperadas, fue Narciso quien, perdido, caminó los montes de Eco.

Vale destacar que Narciso era hijo de otra hermosa náyade llamada Liriope que, violada por el dios de los ríos, Céfiso, dio a luz a nuestro personaje en cuestión. En su afán de saber el sino de su hijo recién nacido, Liriope consultó al adivino Tiresias, quién presagió: “El niño tendrá una larga vida, salvo que se conozca a sí mismo”.

Caravaggio también pintó el mito de Narciso

Dada su extrema belleza, Narciso impugnaba recurrentemente a mujeres y sobre todo a hombres, que también se enamoraban de él. Uno de ellos fue Ameinias, a quien Narciso no sólo rechazó, sino que lo proveyó de una espada para que, dolido por no ser correspondido su amor, se quitara la vida. Antes de suicidarse, Ameinias rogó a Némesis, diosa de la venganza, que Narciso sufriera alguna vez el amor no correspondido.

Cierta vez Narciso se alejó del río dónde vivía su madre y caminó sin destino cierto. Distraído por la belleza del paisaje, se perdió y el atardecer lo sorprendió en un paraje desconocido. Había llegado a los aposentos de la ninfa Eco, quien se aproximó al joven escondiéndose entre los árboles. Narciso, al escuchar los pasos de la náyade, preguntó:

-¿Hay alguien aquí? A lo que Eco responde “…alguien aquí”. Narciso, que aun no la ve, insiste:

-¿Dónde estás?

“¡…estás!”- expresa Eco. El joven, un tanto desilusionado, inquiere nuevamente:

¿Por qué me huyes?- A lo que la lacónica ninfa contesta “¡¡¡…Me huyes!!!!”.

Cuando finalmente se descubren, digamos que a Narciso no le gusta mucho Eco y le dice:

-“¡No pensarás que ya te amo!”- a lo que Eco responde:

-“¡¡¡…Ya te amo!!!- Narciso, asustado y pensando que la ninfa pretende abusar de él, invoca a los dioses diciendo “¡Permitan los dioses soberanos que antes la muerte me deshaga a que tu goces de mi”. Y Eco, abrumada por su eterno castigo, sólo pronuncia: “¡¡¡…Que tú goces de mi!!!”.

(Extractos obtenidos de Las Metamorfosis, de Publio Ovidio, Libro III)

La tragedia de Narciso, aquí en la visión surrealista de Salvador Dalí

Ante semejante declaración, Narciso huye rápidamente de las cercanías de Eco. La ninfa, consumida y frustrada por su pasión, se refugia iracunda entre los árboles. Ahora ella también invoca a Némesis para que su sed de venganza sea saciada. La diosa de la venganza, teniendo aun sobre sus espaldas la solicitud de Ameinias, decide acceder a los pedidos de los fracasados amantes y persigue al vanidoso joven.

Narciso pronto llega a una fuente cuyas aguas jamás han sido transgredidas siquiera por el hocico de un animal y tan transparente y límpida es el agua que Narciso, al acercarse a beber, se ve reflejado a sí mismo. Némesis, que lo seguía de cerca, invoca a Eros (Cupido) para que le clavase una flecha de amor. Así lo hace el desabrido hijo de Afrodita y perfora el hombro de Narciso. Inmediatamente, el joven se enamora de aquel ser tan hermoso que se refleja en el agua y pretende besarlo, creyendo que es una persona ajena a su propio ser. Enamorado de sí mismo sin saberlo, intenta una y otra vez besar y abrazar a aquel sujeto fantasmagórico.

Narciso escucha pronto una voz que viene del Olimpo: “Insensato. ¿Cómo te has enamorado en vano de un fantasma? Retirate de la fuente y verás como la imagen desaparece. Contigo ha venido y contigo se irá… ¡¡¡y no la poseerás nunca!!!. Narciso hace caso omiso a la voz y sigue hablándole a la imagen. No comprende aun que a pesar de que ese ser amado le acerque sus labios y sus brazos, nunca podrá besarlo y abrazarlo. Narciso enloquece y se deja caer al agua en sus últimos intentos por poseer al ser amado… ¡que es él mismo!. Pronto el agua entra a sus pulmones, pronto el alma abandona su carne.

 

Vertiginosamente, su cuerpo se transforma en una bellísima flor amarilla, que fue nombrada Narciso en honor al apuesto joven que se había enamorado de sí mismo…

Flor de Narciso. Llamada así en honor al jóven, que al morir ahogado se transformó en una flor, según el relato de Publio Ovidio en su “Las Metamorfósis”