Por: Fernando Taveira
La tercera edición de la Copa del Mundo se desarrolló en un contexto histórico muy convulsionado. A sólo un año de la Segunda Guerra Mundial, Francia recibió a 15 países para que se disputen la Jules Rimet. Austria que se había clasificado por vencer a Letonia en la eliminatoria, no participó del torneo dado que Adolf Hitler había anexado al país con el territorio germano. De este modo, la gran figura del Mundial anterior, Matthias Sindelar, fue una de las ausencias más notorias del certamen. El “Mozart del fútbol” prefirió suicidarse aspirando gas en su cocina, junto a su esposa, antes que representar al conjunto nazi.
Dos años antes, en los Juegos Olímpicos de Berlín, la Argentina había sido la única nación americana en postularse para organizar el evento deportivo y confiaba en ser electa, debido a que el campeonato anterior se había disputado en el viejo continente. Pero la elección de Francia se basó en que la mayoría de los votantes eran europeos, y éstos no se mostraban a favor de realizar las grandes travesías marítimas para llegar a Sudamérica. Oficialmente el argumento consistía en brindarle un homenaje al presidente de la FIFA, Jules Rimet, quien era considerado el impulsor del certamen y su país merecía tener el privilegio de acogerlo. Por tal motivo, los criollos renunciaron a participar de la competición e intentaron convencer a sus vecinos de tomar la misma decisión. Así, Uruguay, Colombia, El Salvador, Surinam, Costa Rica, México y Estados Unidos retiraron sus inscripciones y se unieron a la protesta. Sólo Brasil y Cuba ignoraron las peticiones argentinas y se presentaron en el Mundial logrando llegar a semifinales y cuartos de final respectivamente.
En el aspecto deportivo era necesario tapar la vergüenza que había significado el triunfo de Italia, cuatro años antes. Las sospechas sobre las ayudas que habían recibido los campeones obligaban a realizar un torneo más cristalino. Adoptando el formato de eliminación directa, en los octavos de final se disputaron siete encuentros y Suecia comenzó su participación a partir de cuartos de final, ya que su rival Austria no fue reemplazado. Según un comunicado oficial de la época, los escandinavos “pasaron a la siguiente fase por la no presentación de su rival”, sin mencionar absolutamente nada de lo que se estaba viviendo en la nación tirolesa.
Un ejemplo de la transparencia de los franceses a la hora de organizar el Mundial fue el que sucedió en la final del certamen. El presidente de la nación, Albert Lebrun, concurrió al Estadio Olímpico de Colombes para presenciar el choque entre Italia y Hungría. Sin saber demasiado sobre la materia, el primer mandatario le preguntó a Jules Rimet sobre la ausencia del equipo local: “¿Dónde están los franceses?” Abochornado porque era la primera vez que la selección anfitriona no participaba de la final, el presidente de la FIFA señaló al árbitro George Capdeville y le respondió: “Ahí lo tiene, el referí es francés”.
Pese a la distancia, Benito Mussolini también tuvo su intervención en ésta Copa del Mundo. Si bien fue en menor medida a la que había organizado en “su propia casa”, el Duce utilizó fondos del Estado italiano para brindarles mayores comodidades a sus jugadores, como la posibilidad de tener un avión privado para trasladar al plantel de una sede a otra y lograr que sus futbolistas estén más descansados. Además, en la previa de la final disputada en París, el dictador envió un telegrama al equipo con sólo tres palabras: “Vencer o morir”. Con el 4 a 2 definitivo, los conducidos por Vittorio Pozzo volvieron a levantar la Copa “de la vida”. Incluso los húngaros que habían quedado en segundo lugar se mostraron alegres de que la “Azzurra” haya finalizado en la mejor posición. Su arquero Antal Szabo le confesó a un periodista lo que había sentido luego de la caída: “Nunca en mi vida me sentí tan feliz después de una derrota. Con los cuatro goles que me hicieron le salvé la vida a once seres humanos”. Una pelota dejaba de picar en Europa, mientras se empezaban a escuchar los tambores de guerra como una profecía cercana. La Copa del Mundo se dejaría de jugar por 12 años, hasta que se enfríen los cañones y se disipe el humo de las bombas.