Por: Fernando Taveira
Soy de la generación que conserva vagos recuerdos de una Argentina gloriosa. Sólo tenía 2 años cuando Diego Maradona y compañía consiguieron la hazaña deportiva más grande de todos los tiempos, por lo que el momento más sublime lo tuve que revivir en VHS.
Para Italia’90 daba mis primeros pasos en el colegio, y los penales atajados por Goycochea me impulsaron a jugar con mis amigos en su puesto. El álbum de figuritas me ayudó a retener algunos nombres de los protagonistas, pero todavía no era consciente del valor de haber llegado a esa final.
Con el “Coco” Basile la cosa cambió. El título de la Copa América disputada en Chile se mezcló con el campeonato conseguido dos años más tarde en Ecuador, pero el recambio generacional fue parte de mi identificación con la albiceleste. De todos modos, también sufrí por las dolorosas derrotas ante Colombia, y madrugué para ver el repechaje contra Australia para sacar el boleto hacia el Mundial del 94. Con mi viejo estábamos convencidos de que Estados Unidos iba a ser la tierra prometida, pero una rubia desagradable se llevó a Diego de la mano y nos robó la Copa.
El maldito palo que le ahogó el grito a Batistuta en Francia’98 y la sorpresiva eliminación en primera ronda en Asia me alejaron con angustia de la Selección, aunque Pekerman me volvió a enamorar. Un mueble fue la víctima de mi frustración cuando Lehmann sacó un papelito de su media y nos privó de la ilusión de seguir en el torneo de Alemania.
Después se produjo la catástrofe: Basile no era el mismo del 94 y la final del 2007 significó otro duro golpe. Batista no estaba capacitado para el cargo y Maradona desperdició al mejor Messi en Sudáfrica.
Con la llegada de Sabella, el baño de humildad sirvió para revivir la ilusión. Con la premisa de no creerse más que nadie le cantábamos a Brasil que nos diga qué se siente. A pesar de no terminar el ciclo de la manera deseada, las lágrimas sirvieron para volver a soñar.
Hoy, con Martino al frente del equipo, sigo sintiendo el mismo orgullo por la Selección. Con la misma base de la Copa del Mundo, el “Tata” consiguió llegar al último compromiso con demostraciones de buen fútbol. Si bien es cierto que en el choque ante la “Roja” la Argentina no tuvo un gran producción, la importancia de disputar la final debe ser mencionada. Tanto los jugadores como el cuerpo técnico (y los hinchas) deben ser conscientes de que no se ha terminado un ciclo, sino que se ha forjado una continuidad para luchar en los futuros compromisos. La revancha tal vez se produzca en la Copa América Centenario del próximo año en Estados Unidos. De mantener el mismo camino, pronto llegará el grito de campeón.