Su Santidad es incorregiblemente argentino. De eso no hay dudas ni vuelta atrás. Como creo haber dicho ya, más que un motivo de soberbia, compartir con él la nacionalidad es una interpelación a todos nosotros.
Sintiéndome interpelado, tengo muy presente que a fin de mes un Papa tan argentino va a presidir durante una semana las actividades de las JMJ en Brasil, cuyo pico espiritual será la Vigilia del 27 y eso me lleva a plantearme que si estas jornadas hubieran tenido sede en La Argentina, hubiéramos inundado las calles con el fervor de la humildad y el orgullo de la convicción.
Pero, son en Brasil.
Miles de compatriotas van a viajar para estas celebraciones y, sin duda, también para acompañar a Francisco, el Papa del Fin del Mundo, en su prédica a los jóvenes de América.
¿Qué pasa con los que nos quedamos? ¿Qué pasa con quienes no hemos podido o no hemos querido -por las razones que fueran- viajar al Brasil de Francisco? ¿Qué pasa con quienes sentimos la necesidad de acompañar su Vigilia con algo más que la comunión del espíritu?
Nada nos impide y todo nos invita a hacer en nuestra tierra lo mismo que hubiéramos hecho si S.S. Francisco nos visitara.
Creo que podemos y debemos ser el eco nacional de la presencia del argentino más ilustre en el país hermano.
Estamos llamados, como Nación, como familias argentinas y como congregaciones a sumarnos con presencia física en nuestro país, al compromiso por los valores que internacionalmente representa Francisco.
Si se me permite soñar, imagino una multitud de compatriotas, cristianos o no, reunidos en serena alegría tal vez frente a la que fue SU parroquia, la Catedral Metropolitana, como caja de resonancia en su país natal, de la presencia del primer Papa americano, en América.
La fe es un acto de libertad individual e íntimo. Pero si esa fe se quedara en la profundidad de cada pecho, se convertiría pronto en una recoleta satisfacción privada, sin correlato en el otro, en el hermano, en el semejante. Para ser luz, testigo y vigilia de las convicciones, la fe necesita, como nosotros del agua, expresarse en acciones concretas hacia la vida exterior.
A pocas horas de conocerse la elección del Cardenal Bergoglio como Papa, en un sorpresivo llamado a los fieles reunidos en Plaza de Mayo, Francisco nos pidió que nos cuidemos entre todos, que nos abracemos en la certeza de una hermandad que excede las confesiones religiosas porque las respeta todas, entendidas como baluartes de un afán superior: la identidad humana íntegra. ¿Cómo no responder a ese llamado dedicando unas horas del país para demostrar con la fuerza de la calma que estamos acá para dar testimonio de esa hermandad?
La fe tiene que salir a la calle.
Si, miles de compatriotas, jóvenes en su mayoría, van a Brasil para hacer presencia. No creo que podamos imaginar un regalo más apropiado para los jóvenes que se quedan aquí, que darles la ocasión de hacer lo mismo, a la distancia, desde el Fin del Mundo, para llevarle a S. S. la cercanía de un pueblo que se siente orgulloso y que se sabe capaz de demostrar cómo y por qué, desde nuestra Nación, de ese mismo pueblo, surgió Francisco.
Desmintamos la sentencia “nadie es Profeta en su Tierra”. Hagamos que Francisco lo sea. Demostrémoslo empezando por la Vigilia del 27.