“¿Para qué sirve hacer tantas guerras si no somos capaces de dar la guerra contra el mal?” sintetizó Francisco durante la celebración del Ángelus del pasado domingo 8, inmediatamente después de la jornada mundial de ayuno y oración impulsada por él mismo.
Y se extendió por si quedaban dudas: “guerra contra el mal significa no a la violencia y no al comercio de armas“.
Él es capaz de esa síntesis porque simplifica los términos del conflicto. Los analiza desde la coherencia del que ve la realidad desde un plano de valores humanos. Valores cuya ausencia, precisamente, hacen posible la Mentira. Francisco tiene, profesa y predica una doctrina. Y ese sustrato moral le permite pararse y gritar a la cara del mundo cuál es el problema.
Francisco hace de sí mismo un pararrayos. Llama la atención y denuncia la Verdad: la guerra es una excusa.
De esta forma, sencillo y directo, S.S. se coloca en el centro del momento internacional y pone en evidencia el corazón del asunto.
Podríamos decir que la importancia de la coyuntura que elige enfrentar un Jefe de Estado da la medida exacta de su propia dimensión política.
Semanas antes, el Papa había iniciado ya su clamor. En el medio tuvo lugar la reunión con el Rey de Jordania, en pleno debate sobre la intervención armada en Siria. Después sus llamados vía Twitter: “¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!” y la Jornada de Ayuno y Oración que reunió en la Plaza san Pedro a musulmanes y cristianos en un único rezo, como una Babel desmentida.
Vemos que en todo momento Francisco maneja su agenda a contrapunto de los grandes poderes.
Es él, consciente de que la Iglesia es hoy el único poder que se opone a los intereses supranacionales, quién va marcando el ritmo de las discusiones.
Fuerza al mundo a tomarlo en cuenta y se coloca como un contrapeso molesto. Estorba en el medio de los arrebatos bélicos y quiebra una lógica. Desnuda intereses, golpea con la verdad con una mano y con la otra, con “el escándalo” ya instalado, urde su “fina política” donde es necesario y productivo.
No voy a hacer análisis porque la secuencia de eventos habla por sí sola:
- EE.UU. apura la decisión del ataque a Siria.
- Francisco llama a la paz y denuncia “los porqué” de la guerra en ciernes.
- Se demora la decisión.
- Rusia advierte que un ataque a Siria será tomado como una agresión.
- Francisco le escribe a Putin.
- Siria, a instancias de Rusia, propone el control de su arsenal químico.
- EE.UU. accede.
Nada que agregar.
Francisco no le deja opción al mundo. ¿Qué se hace con un Jefe de Estado, perfectamente coherente consigo mismo, intachable, que permanentemente dice la Verdad y planta el banderín del escándalo allí donde esa Verdad es innegable?
Para S.S. la guerra y la paz son las coyunturas (desgraciadas o gloriosas, pero coyunturas al fin) que atraviesa la humanidad mientras busca no desviarse de su destino fraterno. Y Francisco no nos deja quitar la mirada de la Verdad:
“Caín, ¿dónde está tu hermano Abel?”
Cuando eso se pierde, cuando no existe lo subliminal, cuando el hombre pierde la idea de su dignidad, niega la del otro y el rumbo ya no es de la humanidad sino el de la horda.
Mientras la política de Roma da lecciones de compromiso y coraje, un lamentable escenario local nos entretiene con cabotajes, precios y candidaturas. Como si hubiéramos perdido definitivamente la idea de dignidad o el norte de lo realmente importante, mientras nuestro compatriota atrae las descargas del mundo entero sobre su figura y proclama nada menos que la histórica línea diplomática nacional (hermandad entre los hombres y solidaridad entre las naciones), aquí nos conformamos con algunas frases de compromiso pero no comprometidas.
El pasado mes de agosto, justamente el mes del estallido de las crisis de Siria y de Egipto, La Argentina presidió el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y lo hizo casi con alarde de tibieza. Uno creería que la diplomacia debe ser sutil, no tibia o inocua.
“Lanzo un llamamiento a la comunidad internacional para que se muestre más sensible ante esta trágica situación y se comprometa al máximo para ayudar a la querida nación siria a hallar una solución a una guerra que siembra muerte y destrucción” había dicho Francisco.
De eso se trata, ni más ni menos: un llamado directo a los responsables principales de la situación de la República Árabe de Siria. Después del llamado, vino la denuncia con la Verdad innegable respaldada por su prestigio y luego, la “movilización” en oración y ayuno.
Una impecable economía de las fuerzas, diría el otro gran argentino.
Francisco ya ha roto la lógica del Eje del Mal y demostrado que el Mal no tiene Eje sino intereses que hoy pasan por el “narco“, el tráfico de armas y la trata. La razón necesaria para que ese Mal se concrete es la miseria de las periferias del mundo y allí ha encaminado el Papa su ministerio global.
Esas periferias hoy parecen reconcentrarse otra vez en el viejo nudo de la humanidad: Oriente Medio.
Cuna de todas las civilizaciones, la vieja ruta de los camellos, los Reyes y las estrellas, sigue siendo el centro de las disputas, un permanente anhelo y un maravilloso desafío: FRATERNIDAD.
Sobre esa realidad está parado Francisco, como un pararrayos, atrayendo sobre si los desafíos del mundo.