Por: Fabio Lacolla
No se miraban demasiado porque para ellos mirarse era una forma de hablar. Y esa mirada los nombraba, era una mirada con voz propia. Para hacerse oír. Una mirada que no pensaba, se paraba en un rincón de la casa viendo pasar lo que pensaba, pero sin pensar lo que veía (1) y cuando los visitaba en un sueño les decía que si, que ella les mentía; y que mientras les mentía les iba diciendo lo que no podían escuchar. Les subtitulaba la verdad porque entre mentira y mentira, les decía la verdad entre líneas.
Ellos no saben leer entre líneas, creen que las cosas que se dicen son como se dicen, tal vez porque el amor les tendió una trampa o acaso porque es condición del amor enseñarles a negar cuando la pasión se va apagando como una vela que llega a su fin. ¿Y si el amor es una vela? Y otra, y otra.
Ella, la mirada, para mentir debía conocer la ilusión de su verdad y esa mentira no era otra cosa que metáfora de la verdad; palabras inoportunas que tiene el pordecir en forma de Alikal.
Si bien la mentira por un lado oculta la verdad, por otro la devela. Creía, que ante una verdad inminente, la mentira tenía poder sanador. La mentira sana pero no cura, alivia el dolor inmediato, detiene la sangre, evita infecciones, cose las heridas pero no disimula las cicatrices.
Y volvía a pensar que para ellos mirarse era una forma de hablar. Decía que al hablar, en algunos casos y con suerte, se dialoga y que en ese cotorreo se constituye lo verdadero entrecomillado. Por eso, se vio tentada de suprimir los adjetivos no pronunciados, mientras pensaba que para ellos, zafar era condenarse al sometimiento de la verdad, y para ellos zafar, era desviar la mirada.
Una tarde, de un domingo nublado, la mirada se preguntó cómo harían ellos para habilitar al erotismo sintiéndose maniatados en una voz contemplativa y se respondió que ella, no tenía nada que ver (2).
Cuando la cosa se ponía espesa, ellos se negaban a resignar y la mirada se salía de la vaina por decirles que la resignación es un acto de amor, que la perdida era justamente no querer perder. ¿Cuántas personas pierden por no querer perder? ¿Cuántos de ustedes, por no querer perder, se tragaron una frase, miraron para el costado o dijeron que si? ¿Cuántas veces pusiste silencio donde había algo por decir? ¿Qué cosas de tu mochila te tuercen la espalda como una rama violentada por el viento?
Para ellos mirarse era una forma de hablar, y la mirada, debilitada, sospechó si había escuchado bien: ¿No habrán dicho que para ellos mirarse era otra forma de amar?, entonces la mirada se empezó a angustiar y quiso preguntarles. Y les preguntó. Y ellos se miraron. Y se guiñaron un ojo.
(1) El perseguidor, Julio Cortázar (1959). (2) “Querían ser menos polaroid y mas almohada”. Mírame y no me toques. Joan Manuel Serrat.