Por: Fabio Lacolla
Muchas veces sostuve que la resignación es un acto de amor. Pero… hasta dónde resignar. De la resignación al sometimiento hay la misma distancia que hay entre la condescendencia y el masoquismo. La resignación desmedida es un recurso deshonesto que pretende suavizar una situación compleja. Los gradientes de dejar cosas de lado por el otro son infinitos y van desde la más piadosa intención hasta el más cruel de los ardides. Muchas veces la resignación viene con facturas de altísimo costo.
Algunas veces resignamos para que el otro no se sienta mal, para evitarle pasar un mal momento; otras, para mantener una imagen que garantice la inmaculada imagen del copado.
La fragmentación del deseo individual puede ser un parche en forma de boomerang, un estiramiento del después, un lifting a la verdad. Grafica muy bien este concepto aquella joven pareja que no tenían dinero para hacerse un regalo en ocasión de la navidad. Ella, era la dueña de una larga cabellera que peinaba con dedicación varias horas al día; él, atesoraba un reloj a cuerda que había heredado de su abuelo pero que no podía usar porque se le había roto la cadena. Llegada la noche buena y sin un peso, él decide vender su reloj para comprar a su mujer un pasador de plata que decore su preciosa cabellera. Ella, al mismo tiempo, vende su amado cabello a cambio de unas monedas que le permitan comprar una cadena de platino para el reloj de su marido. Finalmente, promediando la media noche, se encuentran para cenar: ella con la cadenita y con un corte a lo Demi Moore en Ghost y él con el broche pero sin el reloj.
Bien, buenísimo, unos dulces, divinos. Un maravilloso acto de amor a partir del sacrificio mutuo. Si estás recién enamorado este relato debería enternecerte pero… pensándolo bien, le debemos a la omisión la responsabilidad de este gran sacrificio. Si hubiesen hablado se hubiesen evitado quedarse sin nada. Antes, por lo menos, ella con su cabello y él con su reloj, si bien estaban incompletos, al menos tenían algo con que entretenerse, inclusive algo que desear.
Por un lado el bello relato nos introduce en la maravillosa sintonía de los enamorados que están dispuestos a perder algo preciado en pos de la felicidad decorosa del camino recorrido, pero por el otro, la pérdida del tesoro se celebra mientras cumpla su objetivo. ¿Qué hubiese pasado si la pelada se quedaba sin su broche y sin su pelo? Quiero decir que la resignación tiene sentido cuando comparte sintonía con el otro, pero cuando la cosa se polariza y siempre es uno de los dos el que deja de lado pequeños espacios atesorados la cosa se empieza a poner espesa. Después de la resignación no correspondida vienen los reproches, primero en forma de facturas amasadas de hace tiempo pero recién saliditas del horno y luego en forma de ira que se apodera de la situación y genera, según la neurosis de quien la porta, angustia victimizada o furia clandestina.
La resignación debe ser un acto feliz pero no especulativo. Lo que deje de lado debería estar al servicio de ser una contribución al bienestar con el otro y no un cálculo ventajero. Mientras la resignación sea pendular el camino se ensancha y oxigena, ahora, cuando el péndulo queda fijado solo a un extremo ya no es resignación… es otra cosa.
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