74. El sexo tóxico

#AmoresTóxicos

1. El sexo como manipulación
Muchas veces la palabra tiene lengua corta y lo silenciado descansa en lo corporal corriendo con el riesgo de un desmadre. El cuerpo suele ser el camino más corto a la hora de vincularse y, para muchos, un arma letal de manipulación. La condición no es la belleza del cuerpo sino la fascinación que el otro tenga sobre esas determinadas curvas. El sexo y el poder van de la mano a la hora de manipular, uno es el medio y el otro es el fin… el fin de la ternura.

2. La carne es el atajo
En lo carnal habita la pasión y la pulsión. Hay un latido que pide cercanías de un contorno erogenado a pura pupila. El cuerpo debilita toda razón y las palabras, que suelen explicar lo inexplicable, quedan reducidas a tan solo cuatro vocales. No hay nada que hacer cuando los tambores de los cuerpos marcan su pulso. Una caricia en el momento justo vale una hora de charla, un beso tres cafés y un siestero reemplaza siete silencios. Nada más placentero que la oralidad, ese húmedo contacto entre el pezón y los labios que nunca se irá de la memoria del bebe. Tal vez seamos unos eternos buscadores de tetas calentitas que nos nutran del alimento del amor y posiblemente estemos dispuestos a pagar cualquier precio psíquico por obtener ese revival.

3. El sexo como herramienta
Claro, cuando las pasiones coinciden en un acto de amor todo parece fluir como un río cordobés, ahora, cuando se utiliza el cuerpo como herramienta de sometimiento o manipulación, estamos frente a la bomba atómica. Es muy difícil, para alguien fascinado por un cuerpo, resistirse al mismo. Tal vez el amor encuentre su punto más alto de toxicidad en el sexo como herramienta para obtener un fin que no es el fin del encuentro amoroso. Hay gente que está dispuesta a cometer los actos más indignos con tal de tener unos minutos de sexo disfrazado de amor. Me refiero al dinero, a la estabilidad emocional o simplemente a la autoestima. Pero claro, supongamos que es natural que uno busque ese placer primario que sintió en el amamantamiento e intente sublimarlo en el desfile de cuerpos que le toque en suerte a lo largo de la vida y mientras el propio cuerpo aguante. ¿Pero qué pasa cuando es al revés? Cuando una persona advierte esa debilidad empobrecedora que es la fascinación indiscriminada por el cuerpo del otro. Y ahí aparece el maltrato.

Narcisismo

A fascinado por el cuerpo de B está dispuesto a cualquier cosa por “poseer” ese cuerpo. B lo sabe y pide más de lo que un vínculo amoroso pudiera pedir. B no quiere dejar sentir ese bálsamo narcisista que A le provee mientras A siente literalmente que no podría vivir sin B.
B es la droga de A, pero B necesita de A para sentirse mayúscula sabiendo que para un narcisista no hay nada peor que lo descubran minúsculo.

4. Abstenerse es crear condiciones 
El después de la abstinencia siempre da resultados positivos. El fascinado cree que no podría soportar la privación de ese cuerpo, no tolera que otros brazos envuelvan como una frazada esas cuervas peligrosas y supone el advenimiento de épocas oscuras, no puede parar de desear malestares disfrazados de placer. B está fascinado de la fascinación de A y tampoco puede dejar de sentir esa atracción hasta que se aburre y va en busca de otro “a” para transformarlo en “A” para luego, dejarlo de nuevo a ese estado natural minúsculo donde el pequeño “a” siente que el mundo es demasiado grande para él y se regodea declarándose un sorete. Hasta que, por fin, alguien lo aviva y le dice que no es tan importante lo que el otro le dé, que el combustible es uno mismo, que B nunca existió, que fue lo que él le puso, que el vestuario del otro es producto de la propia subjetividad y que la belleza no tiene nada, pero nada que ver, con las pupilas.

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