Por: Fabio Lacolla
El amor es una bola de espejos y cada cara refleja algo diferente. Te esperan en el camino muchos tipos de amores: los pasajeros, los eternizados, los virósicos. Los inocuos, los profesorales, los prohibidos. Los imposibilitados y los imposibles, los platónicos y los cucharita. Los paternales, los colegiales, los que no dan abasto y te dejan con la boca abierta. Los que te cierran la boca. Pero hay un único amor que se sube al vagón del futuro, y es el que tiene en el pasaporte un proyecto de vida.
Sin proyecto de vida el amor, a la larga, choca contra un paredón. No es una condición pero es un condimento irremplazable. Por supuesto que cualquier vínculo puede funcionar perfectamente sin un objetivo común, vínculos ortopédicos que reemplazan un faltante cumpliendo la función pero sin dejar de ser provisorios.
La inteligencia y el vacío
El vacío es una mala persona. Te hace creer que el alimento que vos necesitás está afuera y te lleva del brazo a buscar vidas ortopédicas cuando en realidad, el vacío se llena con un poco más de vos. Sentirse vacío implica enfrentarse a un desafío que no todos tienen la capacidad de afrontar, algunos, donde hay vacío, ven soberbiamente una certeza y se encaprichan en tener razón como si eso fuera sinónimo de batalla ganada. No se gana con la razón, se gana con la inteligencia. Y ser inteligente no es acumular información, eso a la larga distrae a los abombados, ser inteligente es tratar de que no se te note la cantidad de información. El alarde empobrece a la inteligencia, porque, estar en contra de todo es estar lejos de sí mismo. Las personas que se oponen deportivamente temen ser queridas, relacionan el cariño al abandono y prefieren la distancia a la ternura; en la distancia tienen la posibilidad de huir a tiempo, porque tirarse a la pileta de la ternura implica, para ellos, la posibilidad de hundirse, o lo que es peor, quedarse sin agua en medio de la flotación y hacerse mierda contra el piso.
El amor no es punto de partida, es un punto de llegada.
Muchos esperan que llegue el amor, pero el amor no es un tren, es una estación; un lugar donde llegar y no un vehículo del cual partir. La gente que considera a las relaciones amorosas como un carro al cual subirse quedan abrochadas a la voluntad del otro. El trazo del camino tiene que estar hecho por el propio pulso y a ese trazo se lo llama proyecto de vida, y una vez trazado… entonces si, ahí podés evaluar que porción de ese proyecto vas a compartir con otra persona que, preferentemente, también haya pasado por la experiencia de ese trazo, sin proyecto no hay futuro, y sin futuro, el pasado es una tormenta de arena que se te mete en los ojos.
El ahogado manotea el agua para salvarse, es decir, que se agarra de aquello que lo va a terminar hundiendo. Un amor es tóxico cuando caes en esa insistencia negadora de que “esa persona” es la tiene que ser.
Al amor, para sacarle, primero hay que darle.
¿Y vos qué tenés para darle? Las novelas de la tarde y alguna que otra serie, te vienen formando para que creas que el amor debería darte todo, que sólo se trata de encontrar a la persona adecuada y listo. Sin embrago cuando llegás a esa instancia donde creés haber encontrado a la persona indicada… no sabés que hacer. Es muy infantil pretender que sea el amor el que debería llenarte como quien toma una mamadera al primer llanto; el amor es interacción y, si bien es cierto que puede llenarte en un montón de aspectos, también deberías hacerte la pregunta de qué es lo que vos tenés para ofrecerle. Por ejemplo, la traza de un proyecto de vida que no dependa exclusivamente de si el otro te quiere o no te quiere.
No hay vínculo duradero y saludable sin camino trazado previamente, sin un “ir yendo” y… ahora que lo pienso, tal vez el secreto descanse en ese “ir yendo”, el amor suele latir al costado del camino y no en las cuevas ocultas de tu neurosis. Porque el amor, a la larga, termina haciendo justicia; ergo, el amor es justo.
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