Por: Fabio Lacolla
El corazón
Parece que cuando arrancó la humanidad, necesitaban ubicar en algún lugar razonable el tema de los sentimientos. Barajaron dos opciones: el cerebro o el corazón. Los egipcios consideraron al corazón como el órgano que originaba los sentimientos. Los griegos, a través de su vocero Platón apostaron por dos almas, una de las cuales, inmortal, residía en la cabeza, y la otra, mortal, habitaba el corazón y albergaba los sentimientos. En el centro del imperio Azteca los sacerdotes abrían el pecho de las víctimas con cuchillos, y ofrecían a los cielos el corazón aún palpitante, que lo consideraban la fuente de la vida, lo más valioso del ser humano.
Corazón botón
Nos cuenta Benjamin Balik en su articulo “Corazón o Cerebro: ¿Dónde se encuentra el amor?” que cuando nos sentimos indiferentes o afectuosos, algo ocurre en el cuerpo que nos hace sentir así. Lo que ocurre lo describe como un aumento o disminución de la excitación del cuerpo. El movimiento de la sangre y los fluidos corporales hacia la superficie o hacia el centro del cuerpo representan la reacción de una persona ante su medio. Si éste es acogedor y positivo, la sangre se precipitará hacia la superficie y la persona se lanzará a establecer contacto y estos movimientos terminarán por engendrar en sentimientos de afecto y placer o si la excitación es más intensa, de amor y alegría. En el dolor, la angustia hace que la sangre se retire de la superficie del cuerpo hacia el centro, sobrecargando al corazón y produciendo una sensación de pesadez y desesperanza.
Así que, queridos poetas, encaren la metáfora para otros lares, la culpa de los problemas amorosos la tiene la puta sangre.
Corazones para todos y todas
Pero qué pasa cuando ese corazón goza de un pequeño síndrome de insatisfacción y necesita más adrenalina para latir. ¿Puede amarse a dos personas a la vez? ¿Puede una persona, en el mismo tiempo histórico, amar por partida doble? La teoría dice que no, la práctica que si.
Si partimos de la base que todo amor, a la larga es incompleto, y que a lo largo del vínculo amoroso tenés que aprender a valorar lo que te da y no a frustrarte por lo que no te da; cualquier persona que te ofrezca esa parte mínima que falta puede ser pasible de seducirte y, de acuerdo a tu fortaleza yoica, enamorarte; y, de acuerdo a tu índice de sabotaje… arruinarte la vida.
A vuelo de pájaro debe haber seis o siete cosas de las cuales uno se enamora. Las novelas y la tradición nos dicen que lo aconsejable es que habiten, la mayoría de ellas, en la misma persona. Podés enamorarte del cuerpo, de la mente, de la bondad, del sentido del humor, del compañerismo, de la forma de pensar la vida o de la forma que tiene de hacer el amor. Tambien el amor puede ser una ensalada. Felices viven lo que pueden encontrar la mayoría de estos items en una sola persona. Pero también hay que decir que mucha gente se conforma con uno o dos y construyen desde ahí una buena historia de amor, pero con la secreta insatisfacción de que faltan cosas. La vida está repleta de terceros y nunca falta alguno que complete la lista.
Veamos el caso del muchacho que dice estar bien con su mujer que ama profundamente y al cual se le cruza una muchacha unos años menor que él. Mira a su mujer y todo lo que con ella construyó y está satisfecho, le gusta su familia y en la foto nada desencaja. La pendeja representa para él la detención del paso del tiempo, algo así como una pausa en su vida cotidiana. Una reivindicación de su juventud. Dice que si no fuera por la moral viviría eternamente con las dos. En una tiene la pantalla del futuro, de la construcción de una familia, de la adultez y de la seriedad; en la otra encuentra el desparpajo del presente continuo, la ingenuidad, y el placer en su máxima expresión. La mujer no pide más de lo necesario y la muchacha (casi) no demanda.
Está convencido que las ama a las dos, que encuentra en cada una cosas diferentes y no tiene ninguna culpa. Claro, la pregunta es si el tipo puede ponerse en lugar del otro, porque una cosa es que los tres participen de esa elección y acepten la triangularidad y otra que el jóven teja su trama secreta anteponiendo su hedonismo a la democratización de las carencias.
Testimonio
“Mi nombre es Carlos, me recomendó venir a este grupo un amigo que le pasó lo mismo. En sí, no tengo ningún problema, pero él insistió que venga. Estoy casado hace doce años con Sandra, tenemos una familia hermosa; una nena de nueve y un nene de seis. Nos llevamos bastante bien, Sandra es una persona maravillosa, es compañera y muy adulta, juntos construimos una gran familia, es la mujer de mi vida. Pero si estoy acá es por algo. Hace unos meses conocí a Florita, una piba diez años menor que yo. Un poco sin querer y sin darnos cuenta empezamos a vernos cada tanto. Me pasan cosas con Floris que no me pasan con Sandri. Creo que estoy enamorado. Con mi mujer es todo realidad bien concreta y con Flor es todo juego y placer. Mi amigo me dice que no es normal lo que me pasa, que yo no puedo amar a dos personas a la vez. A mi no me va eso de calentarme con una pendeja y mandar todo a la mierda, lo que me pasa con Floris no es calentura es amor. A mi el corazón se me sale del cuerpo cuando la veo, no puedo parar de pensar en ella, me da felicidad. Pero a la vez, con mi mujer soy súper feliz, construimos una familia maravillosa y se que con ella voy a estar toda al vida. Juntas son la síntesis perfecta de lo que, para mi, debería tener una mujer. Yo se que no es normal lo que me pasa, pero lo estoy viviendo con total naturalidad y eso es lo que le preocupa a mi amigo.”
¿Qué le constestarían a Carlos?
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