Por: Nicolas Lafferriere
El caso de Brittany es dramático y conmueve porque deja en evidencia las tensiones extremas que vive quien enfrenta un diagnóstico de enfermedad terminal. Dos aspectos quisiera resaltar:
1) Por un lado, se menciona a menudo la autonomía y la libertad de elección como fundamento de la decisión de aplicar la eutanasia. Las dudas de Brittany, la postergación y su eventual arrepentimiento, dejan en claro que tal supuesta autonomía no es tal. A menudo es una autonomía ficticia, construida “recortando” a la persona de su entorno vital, de las múltiples situaciones que la rodean. ¿Quién está en condiciones de decidir terminar con su vida? En el fondo, subyace una verdad antropológica: la vida es siempre un don y como tal no es un bien disponible por nadie. Y en las más dramáticas circunstancias de enfermedad, la dignidad del moribundo requiere extremar los cuidados y el acompañamiento auténticamente compasivo y médico, que nunca puede consistir en quitar la vida al enfermo.
2) Por el otro lado, en Estados Unidos el caso ha sido utilizado para promover una campaña en favor de la legalización de la eutanasia y parece que la misma Brittany en su dramática situación es instrumentalizada en función de objetivos extraños a su cuadro médico. Ella queda expuesta a las opiniones de todo el mundo, sin respetarse el clima de intimidad y acompañamiento que requiere el momento.
En tal sentido, comparto la opinión de Ashton Ellis publicada hoy en Public Discourse quien sostiene que la página web oficial de la campaña iniciada por Brittany refiere a un grupo llamado “Compassion & Choices” y que dicho grupo no tiene por finalidad mejorar los cuidados, sino “ayudar a la gente a evitar los cuidados médicos que necesitan quitándose la vida”.
Nos unimos a todos los que han pedido a Brittany que revea su decisión, ya sea a través de las redes sociales, como en la oración, para que nuestra sociedad sea una sociedad capaz de incluir a todos, incluso en las circunstancias más dolorosas de la vida.