Por: Fernando Taveira
Jules Rimet fue el gran impulsor de la Copa del Mundo. El francés que se mantuvo 33 años como presidente de la FIFA, logró en el Congreso de Ámsterdam y en el de Barcelona organizar ese viejo anhelo que la Primera Guerra Mundial había impedido. En la ciudad de Condal se llegó a un acuerdo sobre todos los aspectos económicos y organizativos, para que en 1930 se celebre la primera fiesta del fútbol.
La idea inicial era programar a la cita mundialista para que se dispute entre el 15 de julio y el 15 de agosto, para lograr una mayor cantidad de espectadores, dado que dichas fechas coincidían con el período vacacional europeo. Pero a medida que se acercaba el momento del puntapié inicial, varios países del viejo continente se iban excluyendo del campeonato. En un principio argumentando tener problemas económicos, pero como Uruguay ratificó hacerse cargo de todos los costos de logística, se excusaron con que las ligas locales no podían permitirse perder a sus grandes figuras durante tanto tiempo, considerando las largas travesías marítimas.
Fue el propio Jules Rimet, quien convenció a los gobernantes de Francia, Rumania, Yugoslavia y Bélgica para que participen del Mundial. Algunos rumores de la época afirman que Magda Lupescu, una amante del rey Carol de Rumania, les exigió personalmente a las compañías inglesas que empleaban a sus jugadores, que les dieran permiso para poder viajar a Montevideo a representar a su país. En tanto, Egipto, que había confirmado su presencia, no pudo ser partícipe debido a que sus dirigentes no encontraron la manera de llegar a tiempo a las tierras “charrúas”.
Finalmente el certamen se desarrolló con 13 equipos, divididos en cuatro zonas, donde los primeros de cada grupo se clasificaron a las semifinales. Argentina, Estados Unidos, Uruguay y Yugoslavia se dirimieron el pasaje a la final y los sudamericanos consiguieron sus respectivas victorias por el mismo marcador: 6 a 1.
Una curiosidad que se dio en la primera Copa del Mundo, fue que en principio estaba estipulado jugar con pelotas de industria argentina. Sin embargo, el Ministerio de Industrias uruguayo intervino y propuso que también se juegue con balones de fabricación local, que era muy similar a la de sus vecinos salvo por su tamaño (la pelota uruguaya era un poco más grande), y el comité organizador del Mundial definió que se lleven ambos balones a los encuentros y que los capitanes eligieran con cual jugar.
Como en el partido decisivo el uruguayo José Nasazzi y el argentino Manuel “Nolo” Ferreira no se pusieron de acuerdo, el árbitro Jan Langenus, de Bélgica, decidió que se juegue un tiempo con cada una. Los primeros 45 minutos se disputaron con la pelota argentina y, con goles de Peucelle y Stábile, los albicelestes se fueron al entretiempo ganando 2 a 1 (Dorado había marcado para Uruguay). En el complemento con el balón local, los charrúas revirtieron el marcador, gracias a los tantos de Cea, Iriarte y Castro, y se consagraron campeones del mundo con el 4 a 2 a su favor. No sería la primera vez que el país anfitrión se quede con el título.