México 1986: El nacimiento de D10S

#Mundialistas

Tras la finalización de España ’82, la FIFA daba por hecho que la siguiente Copa del Mundo se dispute en Colombia. Sin embargo, el presidente del país sudamericano, Belisario Betancur, anunció que su estado no estaba en condiciones económicas para organizar el torneo. El mandatario argumentó que al momento de la designación de la sede, el Mundial lo disputaban 16 equipos, pero con el aumento a 24 participantes se necesitarían 10 estadios, una cantidad no disponible para los “cafeteros”. Por lo tanto, su dimisión hizo que el presidente de la CONCACAF, Joaquín Soria Terrazas, postule a México para organizar la cita mundialista. Las intenciones de Estados Unidos y Canadá para reemplazar a Colombia fueron insuficientes, ya que la amistad entre Joao Havelange y Guillermo Cañedo (vicepresidente de la FIFA y directivo de Televisa), hicieron que los “aztecas” se conviertan en el primer país en recibir al certamen en dos oportunidades.

Festejos

Pero en septiembre de 1985 un terremoto sacudió al país latino, lo que provocó innumerables pérdidas materiales y más de 10.000 muertes (datos extraoficiales indican que fallecieron cerca de 40.000 personas). Si bien la zona más afectada fue el Distrito Federal, la catástrofe natural no afectó a ninguno de los estadios donde se disputarían los partidos. Las constantes críticas de los protagonistas por las altas temperaturas y la decisión de jugar los encuentros al mediodía, para favorecer a la televisación europea tampoco impidieron que la pelota comience a rodar por la tierra mexicana.

Para este campeonato se cambió por octava vez el fixture, dado que se dispusieron 6 grupos conformados por cuatro equipos cada uno, para que los dos primeros de cada zona clasifiquen a los octavos de final, acompañados de los cuatro mejores terceros. Un hecho que permitió que equipos como Bulgaria o Uruguay, pasen a la siguiente instancia sin conseguir al menos una victoria.

Afiche

En lo futbolístico hubo un hombre llamado Diego Armando Maradona, que fue el corazón de una selección vapuleada por las críticas y los malos resultados sufridos en la gira previa del Mundial. Rodeado de un elenco sólido, “Pelusa” se convirtió en una fuerza irresistible para sus adversarios. Abrió surcos ante Corea del Sur, fue incontenible frente a Bulgaria, se tomó un respiro contra Uruguay, se vistió de Dios ante Inglaterra, convirtió dos perlas en el choque con Bélgica y asistió a Burruchaga en la final contra Alemania. Con su magia convenció al mundo de que era el mejor jugador de la historia.

Su mejor obra la pintó en los cuartos de final, en un duelo que no solo tenía la esencia deportiva. Luego de la guerra por las Islas Malvinas, los encuentros entre Argentina e Inglaterra se convirtieron en clásicos con tinte político, y el cotejo disputado el 22 de junio en el estadio Azteca se transformó en una especie de venganza por todo lo que había ocurrido unos años antes. La “Mano de Dios” significó una alegría incontrolable para los albicelestes, pero el segundo tanto fue algo que difícilmente se vuelva a repetir en una Copa del Mundo. Recibiendo la pelota del “Negro” Enrique a 53,5 metros del arco de Peter Shilton, Diego deslizó su pincel durante 10,6 segundos, para crear el cuadro más perfecto del fútbol. Fue el 2 a 0 para consolidar a un conjunto que tenía como único objetivo la consagración. El gol de Gary Lineker a nueve minutos del final,  simplemente sirvió para decorar un resultado que estaba definido luego del arte derrochado por Maradona.

El camino hacia la victoria estuvo lleno de símbolos. Un camino que empezó con un plantel unido y con un Maradona tímido, que a lo largo del certamen se fue convirtiendo en el mejor futbolista de la época. La poesía de Diego, junto a la valentía del “Tata” Brown (quien tuvo que sustituir a Passarella), la sabiduría de Valdano y el talento de Burruchaga fueron elementos fundamentales en la construcción de un camino que tuvo el mejor final para un pueblo que gritaría campeón por segunda vez en su historia. Pero la gloria no hubiese llegado a la Argentina, si todos esos dispositivos de la orquesta no hubiesen sido amparados por los gritos de Carlos Salvador Bilardo, un entrenador obsesivo que logró el regreso de la Copa del Mundo a tierras sudamericanas.