Las increíbles trampas que cometió Mussolini para ganar el Mundial

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En primera instancia hay que destacar que Italia fue el único país anfitrión que debió jugar una eliminatoria para disputar su propia Copa del Mundo. Para la edición de 1934, dos meses antes del puntapié inicial, el combinado de Vittorio Pozzo tuvo que disputar en Milán un encuentro clasificatorio ante Grecia, seleccionado al que venció por 4 a 0. Sin embargo, en aquella goleada la “Azzurra” cometió el primero de los tantos fraudes que realizó durante toda la competición, ya que incluyó entre sus titulares a jugadores que, por las reglas de ese entonces, no podían representar a la “Nazionale”.

Las verdaderas trampas que cometió Mussolini para ganar el Mundial 1

En esa época, si un futbolista deseaba integrar el plantel de otro país, se le exigía un mínimo de tres años de residencia en su nueva patria y un período similar después de haber defendido por última vez a su anterior equipo nacional. Por lo tanto, los argentinos Luis Felipe Monti y Enrique Guaita no cumplían con los requisitos establecidos por la FIFA, ya que el primero había participado con los “criollos” en julio de 1931 y el segundo en 1933. Un hecho que no fue medido por la misma vara por la entidad reguladora, dado que Rumania no pudo contar con Iuliu Baratki, porque había vestido la camiseta de Hungría en 1932. El argumento del Tratado de Trianón (acuerdo de paz que al finalizar la Primera Guerra Mundial dio origen a los países que conformaban el Imperio Astrohúngaro) fue en vano y el volante recién pudo decir presente en Francia‘38.

Naturalmente, Benito Mussolini estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de llevar a su nación a los más alto del torneo. De este modo, cuando se debía disputar la revancha de aquel repechaje en Atenas, se adujo que los helenos, abrumados por el amplio marcador del primer duelo, no estaban dispuestos a soportar una segunda humillación, y mucho menos ante su público. Pero sesenta años más tarde de la suspensión de dicho cotejo, medios italianos confirmaron que la por entonces empobrecida federación griega aceptó una oferta del Duce, consistente en la compra de una casa de dos plantas en Atenas, a cambio de la cancelación del compromiso y dar por perdida la serie.

Por su parte, si bien con el transcurso de los años no se confirmaron los sobornos realizados hacia los árbitros que estuvieron en la cita mundialista, no fue casualidad que el sueco Ivan Eklind haya dirigido los dos últimos partidos de Italia. En la semifinal frente a Austria, los dueños de casa se impusieron por la mínima diferencia y el técnico visitante, Hugo Meisl, no tuvo reparos en manifestar su bronca: “Es imposible ganar en el ambiente que han preparado. Hay que resignarse y dejar que los azules se queden con el título. Pero esto no nos impedirá declarar que su fútbol no es el mejor, y que el campeonato no lo conseguirán con justicia. Son brutalidades inadmisibles y, si no se corrigen, perturbaran al verdadero deporte”.

Por último, en la final contra Checoslovaquia, el dictador intervino en el entretiempo para ir a hablar con “sus” jugadores al vestuario. Con el marcador en blanco, Benito Mussolini increpó a Luis Monti por la cantidad de patadas que había pegado (el volante había derribado a Oldrich Nejedly dentro del área, pero el juez no sancionó la pena máxima): “No se cobró el penal gracias a que el benévolo de Eklin está colaborando con la causa”, habían sido las palabras del Duce, quien no iba a permitir una derrota en el patio de su casa. Definitivamente había que “vencer o morir” y la “Azzurra” se quedó con el 2 a 1 que le permitió ganar algo mucho más importante que un trofeo: la vida de sus propios futbolistas.