Por: Mariana Lorenzo
Trabajo diez horas en una oficina. Los días de práctica en el Estudio significan que luego de esas horas debo viajar aproximadamente cuarenta y cinco minutos para tomar la clase que durará de hora y media a dos horas, y que llegaré a casa cerca de la medianoche, luego de haberme ido a las 6:45 AM. También significa que esos días estoy “sacrificando” tiempo con mis hijos por “invertir” tiempo en mi formación. Por honrar ese tiempo que les quito a ellos, haré mi mejor esfuerzo para ser lo mejor que pueda ser.
Esto también quiere decir que mi apariencia al transcurrir las horas se va modificando, desde correr a reptar. Así y todo, el momento que más me gusta de los días larguísimos de clase es ese en que empiezan los 45 minutos de viaje hacia Palermo. Porque, a pesar del agotamiento mental y físico, sé que voy a recargar pilas.
Es como cuando un auto se queda sin batería. Hacés puente con la batería de otro auto y, una vez que lograste darle arranque, se carga con el propio alternador. Para mí ir a clase es eso. Una vez que “conecté” y logré dar arranque, me auto alimento de energía universal.
No salgo alterada o hiperactiva, salgo más consciente, alerta, con la mente clara. También, a veces, salgo pensando que es el momento menos indicado para cruzarme con el amor de mi vida, porque voy empapada de transpiración, despeinada, usualmente comiendo alguna fruta y, en muchas ocasiones, la combinación de mi indumentaria bien podría ser un disfraz de indigente. En otras palabras, impresentable. Pero eso ya no me importa. De alguna manera, lo que antes era indicador de “quién soy” ha cambiado. Y si bien nunca fui una persona superficial, cada vez me importa menos si me combina la remera con la calza… Prefiero que me combine el cerebro con el corazón.
Los hábitos mentales se modificaron. Donde antes había sólo reacción, ahora hay un preludio de pausa y observación. En ocasiones en que alguien me contesta de mala manera o disminuyéndome, comprendo que el punto de vista que quieren sostener es, de hecho, insostenible o, en muchas ocasiones, son personas que no han tenido un buen día… O una buena vida. Y no les queda otra que utilizar ese recurso para disimular su propia ignorancia, frustración o insatisfacción. No es nada personal. Por tanto, tomo un brazo de distancia emocional, sonrío y respondo con amabilidad. Cada Ser Humano tiene su tiempo evolutivo. No voy a responder a la provocación con más provocación. No voy a disminuir a otro para validarme. No me hace falta. Daré el ejemplo con mis acciones.
Esa mujer que no estaba segura de lo que quería, arrebatada, que reaccionaba ante las provocaciones, que precisaba de indirectas para expresar un punto de vista o aprobación de otros para Ser, evolucionó. Ya no necesito que alguien me quiera, para quererme. Sigo siendo Ser Humano. A veces me enojo, me pongo triste, me frustro, pero no preciso transpolar el cambio en otros. Soy yo la que tiene el poder de decidir qué sentir ante cada estímulo.
Por cada sensación negativa hay otra positiva que busca crecer cada día y que se multiplica. Que busca encontrar el camino para salir al exterior, que encuentra algo que aprender de cada situación. Las desilusiones de la primera mitad de 2014 me enseñaron a identificar con precisión lo que NO quiero para mí. Aun en las tristezas, siempre hay algo bueno que aprender. La claridad mental que se va adquiriendo con la práctica de Yoga es ganancia de un trabajo interno. Puedo ser un patito por fuera, pero el cisne ciertamente está creciendo por dentro.
“Lo que percibimos de nosotros mismos es el reflejo de cómo terminaremos viviendo nuestra vida” (Stephen Richards)
Importante: Todas las asanas deben aprenderse con la guía de un Instructor calificado.