Por: Fabio Lacolla
1) Estar en el espacio
En la soledad los espacios se reducen. Todo parece más chico: los pensamientos apuntan a las ganas inverosímiles de que algo diferente ocurra. Estás solo y estás con una parte tuya que no te gusta, una parte que te recuerda lo mucho que duelen las ausencias, un lugar de tus rincones emocionales que miran desde un ángulo penumbroso cómo las faltas te llenan la soledad de vacío. Cuando estás solo late un monólogo como marcapasos, querés callarlo pero él te lleva a la orilla de esa ausencia. Una energía se libera y convierte en seda lo que vos creías un dique. Te reprochás no haber frenado el dulce pulso de la incertidumbre, un latido que cerraba las compuertas de las cosas más simples.
Para estar en soledad primero hay que aprender a estar solo y sólo se aprende a estar en soledad cuando aceptamos dos o tres renuncias. La soledad está llena de palabras y reflexiones, de resonancias creativas al servicio del maravilloso viaje dentro de sí mismo; estar solo es moverse en espacios reducidos con la ferocidad de aquel que quiere correr en un sueño pero el cuerpo no le responde. Sentirse solo es caminar por el mar mientras las piedras nos lastiman.
2) Estar en el tiempo
En la soledad el tiempo es un chicle. Las noches son en cámara lenta, el ausente es evocado en stop motion y los minutos superan toda cronología. El tiempo, en el estar solo, sube al ring de la angustia al deseo y a la realidad. Te despertás exaltado, molesto por algún sueño pensando que pasaron muchas horas, cuando en realidad media hora antes, estabas apagando el último cigarrillo.
Cuando estás solo el tiempo se llena de pasado y te arroja puñados de arena en los ojos del presente impidiéndote ver la puntita del futuro. Pensás que lo que te pasa no va a terminar nunca y, que a partir de ese momento, toda tu vida será así. Cada mañana es El día de la marmota donde todo vuelve a empezar y el infinito es un nudo en la garganta.
3) Estar con uno
Pocas veces se acuerda con la cordura. Estar con uno es estar soportando una intensidad que se coló por la puerta entornada de tu habitación. Te hablás y te respondés, te callás y te preguntás. Buscás respuestas en las palabras insuficientes del otro. Los pensamientos te atormentan cuando te aferrás a la ilusión de haber dicho lo que callaste y haber callado lo que dijiste. El desorden se va tornando un modo lógico de explicar el por qué pasó lo que pasó.
El estar con uno es un modo regresivo de pensar la historia. Los slides remiten a escenas inconclusas de abandono y desamparo, y suena como un eco la frase que te dijo antes de partir sobre aquello de que uno siempre está solo.
4) Estar extranjero
Salirse de sí para meterse más adentro. Estar extranjero dentro de sí mismo no lleva directamente a pensar a Albert Camus y la forma de hacer del absurdo su filosofía. En sus escritos muestra cómo condimentar al desencanto con una pizca de escepticismo. Al abrirse el telón del El extranjero nos presenta al personaje de Meursault como un hombre centrado en su libertad individual, alejándose de la moral, las convenciones sociales y, sobre todo, de las ideas del amor, el matrimonio, la culpa, la religión y la fe. A Meursault le importa poco el arrepentimiento, la tristeza de perder a un ser querido y los juicios de valor. Dice que con caminar por la playa, sentir el viento y descansar bajo el sol le basta para resolver su extranjería. Se despoja de toda relación vincular haciendo comunión con lo que tiene a mano.
Nos tranquiliza saber que para él, el hombre debe ser creado permanentemente. Aprender a estar solo para saber estar en soledad va en esa misma sintonía. Tenés que aceptar el desafío de ir creándote cada día, salir del ser en el mundo para inventar un ser en “tu” mundo, compuesto de raciones del pasado, recortes del presente y pequeñas sobredosis del futuro.