Por: Fabio Lacolla
No hay peor noticia que el común acuerdo. Separarse de común acuerdo empobrece el delicado vértigo de aprender de una ruptura y una separación insulsa corresponde a un tibio transitar sin pena, sin gloria y sin pasión. Contra el común acuerdo, está bueno que en una separación uno corra con la culpa y el otro con el abandono; ahí hay sangre, abismo, turbulencia. Si las parejas se separaran de común acuerdo, chau poesía.
Digámoslo así: en el ocaso de una pareja suele estar el que abandona y el abandonado; el que abandona lo hace con cierta dosis de culpa, le da lástima que el otro quede como un trapo de piso y a la vez no quiere quedar como una mala persona, por eso las frases hechas que se dicen antes de partir del tono de fuiste lo mejor que me pasó en la vida, te mereces algo mejor, gracias a vos descubrí a Cortázar, etc. La culpa suele activar vaya a saber qué mecanismo que hace que uno de repente quiera, aunque sea por una noche, estar eternamente con el otro.
El que deja es vueltero. Hasta que pone en palabras lo que realmente no siente, elabora hipótesis incoherentes que manchan sin miramientos distintas subjetividades.
El dejado es un esperanzado inútil. Se aferra a lo pasajero como un modo de negar lo que al otro le dejó de pasar. Confía en que el tiempo termine acomodando las cosas, y tiene razón: el tiempo explota en el espacio.
El que deja, va y viene como un péndulo oxidado. Lo acerca la culpa pero lo aleja la realidad. Se apiada del dejado y por no verlo sufrir, le muestra todo el tiempo la crueldad de la distancia.
El dejado cree negativamente que será para siempre, considera su última oportunidad de conocer al amor de su vida, pero no se pregunta qué lo enamora de esa persona que decide seguir su camino sin él.
El que deja cree que no sufre. Supone que verlo o no verlo no influye en nada. Dice que verlo le sale gratis, pero no se pregunta qué le pasa con los desvíos. Muchas veces dejar las cosas por la mitad es una excusa que distrae de la honesta decisión de qué hacer con los deseos.
El dejado busca en el lugar equivocado. No es la razón lo que va a aliviarlo, ni siquiera la lógica. El amor se explica con monosílabos.
El que deja, en un momento, se fastidia del pasado. Ya no quiere saber nada. No le importa la querella y siente que nada que el otro diga lo va a hacer cambiar de opinión. Reconoce todo lo que el argumento desesperado del otro le enrostra… pero lo tiene sin cuidado.
El dejado tiene todas a favor pero para el que deja es una contra.
El que deja necesita aire, distancia y silencio. El dejado no puede vivir sin el abrazo, la cercanía y la palabra.
El que deja tiene por delante un horizonte.
El dejado se sumerge en la turbia habitación de la verdad.
Para el que deja el aire se transforma en una pincelada de libertad, siente que se sacó un peso de encima.
Para el dejado sus oídos no pueden parar la canción del oprimido.
Para el que deja los fines de semana son la oportunidad de reinventarse en cada mirada furtiva.
Para el dejado la semana es una tortuga con rotura de ligamentos.
Mientras el que deja respira hondo, al dejado le falta el aire.
Mientras el que deja busca en la esperanza una nueva oportunidad, el dejado se empecina en que es él o nadie.
Uno piensa que es para siempre, el otro debería pensar lo mismo.
Uno quiere hacerse el buenito, mientras que el otro ensaya el acto de la maldad desde su propia imposibilidad.
El dejado se deja. El que deja no se deja.