Por: Fabio Lacolla
Amores sepias
Capturados por la tierna imagen de nuestros abuelos o estafados por los finales felices de las películas, desde hace siglos que venimos atribuyéndole a las parejas armónicas y sintónicas una preponderancia suprema. Los patrones de la normalidad vienen dictaminando que una pareja “bien vista” es aquella que no se lleva más de dos o tres años y que mientras uno trabaja el otro cría a los hijos. Pertenecer al mismo barrio o clase social daba ciertas garantías de supervivencia amorosa, mismos gustos por los compromisos familiares y por los lugares de vacaciones. Con la llegada de la globalización cada vez queremos saber más, probar más, investigar más. La pantalla nos muestra otros mundos, otros modos de relación y otras formas de vincularnos.
El origen de la media naranja
Según Aristófanes y sus percepciones distorsionadas, la raza humana era casi perfecta. Los transeúntes de esas épocas eran esféricos como naranjas; tenían dos caras opuestas sobre una misma cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizaban para desplazarse rodando como una galletita. Estos seres podían ser de tres clases: uno, compuesto de hombre + hombre, otro de mujer + mujer y un tercero (lo llamaba el ‘andrógino’), de hombre + mujer.
El hombre, en su competencia desaforada contra los dioses, sufrió el castigo de Zeus partiéndolo a la mitad con un rayo; y mandó a Hermes que a cada uno le atara la carne sobrante en torno al ombligo. Ya repuestos, los seres andaban tristes buscando siempre a su otra mitad, y si alguna vez llegaban a encontrarse con ella, se enlazaban con sus brazos hasta dejarse morir de inanición.
Zeus, que era un tipo con cierta sensibilidad y compadecido por la estirpe humana, ordenó a Hermes que les girase la cara hacia el mismo lado donde tenían el sexo: por lo tanto, cada vez que uno de estos seres encontrara a su otra mitad, de esa unión pudiera obtener placer y, si además se trataba de un ser andrógino, pudieran tener descendencia.
El mito de la media naranja pone su acento en la búsqueda pero no en el encuentro. Sostiene la idea que sólo hay una llave para cada cerradura. La moral cítrica parece dictaminar que solo hay una media naranja para otra media naranja. Buscarla siempre fue una tarea que todo joven debía emprender a la hora de ansiar un dulce amor. El complemento como ideal de pareja es la desgracia del amor. Básicamente porque no debe ser causa sino consecuencia. Buscar lo que no tengo en el otro es tener la ilusión que una pareja es un salvavidas. Es elegir desde la carencia y no desde la necesidad. Entonces a partir de ese malentendido se crean fórmulas amorosas como garantías vinculares: el amargo debe buscar una chica con buen humor, si es maestra jardinera y habla en diminutivo mejor. La caracúlica se complementa con el boludo alegre y el ofuscado hace buena pareja con la mosquita muerta.
La verdad es que no hay medias naranjas, todos somos nuestra propia naranja, no se trata de buscar el ideal de completud porque ante todo debemos asumir que nunca seremos seres completos.
Cada uno es su propio naranjo
Por supuesto que hay pares complementarios que nutren la relación amorosa y ofician de equilibrio en la vida cotidiana. No es lo mismo complemento que completud. Se trata de encontrar alguien que te devuelva paredes y no buscar alguien que construya muros.
C.C.C. (Compartan, Comenten y Critiquen)