Por: Fabio Lacolla
En el siglo XX los amores del pasado eran, en su gran mayoría, un recuerdo fugaz, mientras que ahora gracias al avance de los botoncitos, la tecnología nos arranca los recuerdos y transforma el pasado en un posible presente. ¿Será que buscamos en el pasado alguna señal que nos explique el presente y nos prepare para el futuro o será que el peligro más grande para el futuro de las relaciones amorosas sea su propio pasado?
Si alguien sabe sobre la tendencia de volver al pasado es la música, sobre todo la música pop, en pocos años Madonna y Prince serán referentes nostalgiosos de una década bailada y las bandas tributos tendrán mejor sonido que las añejas. Y ya que por miles de años la música le sacó al amor su provecho, esta vez haremos justicia pidiéndole a la música que nos explique un poco porqué la nostalgia obstaculiza la capacidad de avanzar sobre nuestra cultura amorosa. ¿Somos nostálgicos del amor porque el amor no avanza? ¿Y qué pasaría si nos quedáramos sin pasado? Para eso le vamos a pedir ayuda a un libro del excelente periodista de rock Simon Reynolds que se llama Retromanía, la adicción del pop a su propio pasado.
La vanguardia deviene en retaguardia
Se supone que los primeros amores son los más flasheros, los que te abren la cabeza y los que te permiten construir el camino hacia el crecimiento y bla bla bla. Sin embargo, para muchos, ese flash no hizo otra cosa que fijar la evolución del amor en un estado de máximo placer y pura ilusión, convirtiéndote en una persona indispuesta a la resignación. Pareciera ser que la sensación de movimiento solo se concibiera hacia atrás, como si el impulso exploratorio hacia nuevas y adultas formas de amar estuviese en reversa, transformándote en un arqueólogo del amor.
Dice Raymonds: “La nostalgia, como palabra y como concepto, fue inventada en el siglo XVII por el médico Johannes Hofer para describir una condición que afligía a los mercenarios suizos en sus largas travesías de deber militar. Nostalgia era literalmente “añoranza del hogar”, el anhelo de retornar a la tierra natal. Los síntomas incluían melancolía, anorexia, incluso suicidio. (…) De modo que la nostalgia refería inicialmente al anhelo de regresar en el espacio, no en el tiempo; era el dolor del desplazamiento”. Pero la idea uterina que en el pasado todo era más lindo merece su revisionismo. En los tiempos modernos el amor tiene la inercia de hacerte viajar en el tiempo manteniendo esa furtiva ilusión que volviendo al pasado con la experiencia del presente podrían solucionarse las tonterías añejas que provocaron esa ruptura y como muestra brillantemente la película “Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo” el que es tonto, lo será en cualquier época. Pero el problema acá no es sobre la experiencia y el mal manejo de una situación: acá el problema es la subjetividad. El problema es la química, no la física.
Retrotips
- Lo retro se alimenta de la inmediatez. Es más fácil volver a la escena del crimen que convertirte en un asesino serial.
- La creatividad se oscurece ante la presencia de lo retro. Vas a la repetición, replicas el allá y entonces en el aquí y ahora con la precisión del alquimista a punto de jubilarse. En lugar de aceptar el nuevo desafío te refugiás en el Canal Volver.
- El territorio de los retro es un mercado de pulgas.
- El que tiene la intención de volver a buscar algo olvidado en un viejo amor tiene la sensación que no puede vivir sin eso.
- Una cosa es el revival y otra la insistencia de una asignatura pendiente. Gracias al Facebook muchas ex parejas se reencuentran a recordar con felicidad ese tiempo pasado compartido que les enseñó a como seguir, cada uno, con su vida amorosa.
- Se vuelve porque no se supo cerrar. Finalizar un vinculo amoroso es más difícil que saber iniciarlo, en el caso del final, con un buen resto psíquico, podes pilotearlo; al comienzo, dejate guiar por esas putas mariposas.
Parábola del reflexivo y el restaurador
Dice Simon Reynolds que el punk parece hostil a la museificación debido a su desprecio iconoclasta por el pasado. Sin embargo cuando viajamos, visitamos el pasado de las ciudades a través de sus museos o monumentos; y no está mal. Pero una cosa es una foto en el Coliseo Romano y otra es acampar debajo de la Torre Eiffel.
Una es la vuelta desde la reflexión y otra es la intención de volver para restaurar algo que quedó pendiente. El reflexivo sabe que la perdida es irreparable y rescata lo conmovedor de esa historia, mientras que el restaurador intenta reconstruir parte de ese vinculo disimulando justamente el paso del tiempo. El reflexivo agradece que eso haya sucedido porque supo extraer para sí lo que necesitaba que le ayudó a transitar los vínculos subsiguientes; el restaurador se presenta con el tacho lleno de enduído intentando negar por qué pasó lo que pasó.
Volver para recordar no es lo mismo que recordar para volver, el amor, como la vida es para adelante. Decíamos en Los amores del pasado que la vida es para adelante, los recuerdos para atrás y el instante para vivirlo y gozarlo. Cuando los tiempos se confunden los proyectos se ponen tristes.
La experiencia es el combustible que nos transporta hacia ese destino incierto que es la ruta del amor y el arcón de los recuerdos debería ser un suministro y no un refugio melancólico de aquellos que no pudieron subir más escalones.
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