Diciembre es un mes en donde confluyen muchas cosas: el cansancio acumulado durante al año, las fiestas (siempre algo tensionantes), el cierre o finalización de muchas actividades, la planificación de las vacaciones, las reuniones. Es un mes en donde, en general, no tenemos demasiado tiempo para pensar. Sin embargo, casi naturalmente, todos hacemos algún tipo de balance. La vida es ciclos, como el día y la noche: el tiempo es una convención cultural, pero apropiarnos de él, planificarlo, es un arte necesario.
El asunto es que llegó el último mes del año y todos miramos un poco hacia atrás, lo que pudimos o no hacer en él, los cambios internos, las transformaciones y aprendizajes que hayamos logrado…nos meten, naturalmente, en un balance. ¿Pude sostener aquello que en marzo me propuse? ¿Logré mantener mis pasiones o intereses? ¿Conseguí evolucionar en algo como persona? ¿Y, en el amor? ¿Y, en el mundo del trabajo? Es decir: ese fragmento de historia que queda detrás, puede mostrar muchas cosas, podemos aprovecharlo para hacer introspección y -a partir de un sano balance- evaluar y aferrarnos a los logros o, si lo que vemos no nos conforma, cambiar el rumbo y modificar ciertas cosas, evolucionar.
Todos tenemos una suerte de idiota dentro, una especie de enemigo interno que nos quiere anestesiados, limitados, achatados, en nuestros deseos y pasiones. Ese idiota vive de lo mejor de nosotros y nos limita la vida, en el amor, en nuestra capacidad de disfrutar de nuestras potencialidades; nos mete un cepo en el arte de gozar de la sexualidad, de los hijos…del trabajo: ser conscientes de esa tendencia interna negativa, no es ser paranoicos, es simplemente no dar ventaja, y tratar de vivir lo mejor que se pueda, lo más acorde a nuestro verdadero potencial.
En los últimos meses del año aumentan muchísimo las consultas. En esas charlas, es muy común escuchar cosas de este estilo: “otro año que se va…y yo sigo igual; abandoné las cosas que había arrancado…sigo mal con mi pareja; no hice los cambios que me había propuesto”; gente que mira para atrás y ve otro año de pantano, de falta de aprendizaje, de derrotas contra lo peor de sí mismo. Es que vivir, disfrutar de la vida, incluso entender y aceptar que la angustia es parte de ella, es todo un tema. Y aclaro esto último porque noto que últimamente se ve como prohibido sufrir, es que el nuevo mandato es estar “¡para arriba!”, siempre, y eso no suma, pues sentirnos mal, tener momentos de sana melancolía, de necesaria tristeza…es normal, y hasta puede ser útil, puede ser combustible para ciertos cambios.
De todos modos, para mí, lo central de esos balances está en revisar si hemos evolucionado en el territorio en cuanto a ser mejores personas. Es fundamental, por ejemplo, que nos preguntemos sobre cómo es el trato que tenemos hacia los demás: ¿Cómo trato yo a las personas, en general? Considero que esa pregunta es central, pues nos mete de lleno en nuestro narcisismo, en nuestra historia más profunda. También es bueno preguntarnos si hemos tomado algún señalamiento de los seres queridos en relación a algún rasgo de nuestra personalidad. ¿Qué aprendizaje hemos hecho, en qué pudimos mejorar en relación a nosotros y a los otros? En el mundo actual, en donde se impone el híper consumo y la exaltación de los goces narcisistas, el refugio, la defensa frente a toda la artillería de nuevos mandatos, está en las pasiones verdaderas y en los afectos. Es en el amor de pareja, en los amigos, en los hijos, etc, en donde tenemos que crecer. Allí donde hay que poner el foco en los balances.
En el tema de las pasiones, lo central es entender que, sin ellas, la vida se va vaciando: puede ser escribir, correr, nadar, hacer teatro, cocina, carpintería…lo que sea, pero que implique un “hacer”. Leer, ver cine…son cosas centrales…pero no son un “hacer”. Son actividades en donde somos espectadores. El asunto es sostener los goces en donde uno sea el protagonista: las verdaderas transformaciones parten de allí. Sostener las pasiones es complejo ¿qué paradoja, verdad? Tendría que surgir naturalmente el hecho de mantener algo que nos gusta: pero no, cuesta. Es el ser humano, es siempre ese idiota interno que atenta contra todo lo bueno de la vida, y nos aferra a lo displacentero y destructivo.
Por eso, luego de ese balance, y mientras vamos haciendo conscientes ciertas tendencias inconscientes que nos gobiernan…hay que ponerse a trabajar para que el próximo año sea mejor; para sostener…amar…y aprender a enfrentar las lógicas angustias de la vida, los miedos, con más dignidad, sin que nos paralicen. De eso se trata: eso es lo que yo les deseo para un nuevo año que comienza, que tengan deseos y pasiones, y que los sostengan a capa y espada, si no, la vida, se va transformando en un “durar en la monotonía”…y eso, queridos, es naufragar. Pongamos las velas, demos un rumbo al barco, a navegar en esta aventura que es la vida.