Por: Fernando Taveira
La infancia de Rivaldo en el estado de Pernambuco no fue de las más felices. Criado entre escombros y calles de tierra, él y su familia eran víctimas de la pobreza que atravesaba un gran sector de Brasil. Las pésimas condiciones a las que estaba sometido se reflejaban en la precaria sanidad y la modesta educación, teniendo como única escapatoria el potrero.
Antes de cumplir los diez años, al astro del Barcelona le tuvieron que arrancar los dientes porque se le habían podrido a causa de la desnutrición. Andaba descalzo, y para sobrevivir tenía que trasladarse a la playa de Recife para vender lo que sea: pulseras, bebidas, golosinas. Gracias al fútbol, Vitor Borba Ferreira Gomes logró escapar de la miseria que lo acosaba con un futuro adverso. Su admiración hacia Zico fue su herramienta más empleada para hacer los 25 kilómetros a pie, que le demandaban ir a entrenar con el Santa Cruz, ya que su economía no era suficiente para juntar las monedas que le equivalían a un viaje en colectivo.
Desde que fue convocado por primera vez, a la edad de 21, su relación con la selección brasileña ha sido una historia de amor-odio constante. Su gran desilusión se la llevó cuando se quedó afuera del Mundial de Estados Unidos, aunque el peor momento lo vivió después de los Juegos Olímpicos de Atlanta, cuando se lo responsabilizó de la derrota con Nigeria en las semifinales del torneo.
Además, el romance que estableció con la “torcida”, durante la Copa del Mundo de 1998, se derrumbó cuando Francia se quedó con la gloria. El título continental conseguido en Paraguay, un año más tarde, no terminó de cerrar las heridas, dado que la eliminatoria para la cita de Corea y Japón ha sido muy irregular. “El problema de nuestra clasificación es que éramos un equipo muy nuevo. Tuvimos tres entrenadores, y por todo lo que nos sucedió mucha gente dejó de confiar en nosotros” recuerda Rivaldo.
Asia fue la tierra prometida para el pernambucano. Allí, bajo el mando de Luiz Felipe Scolari, la escuadra sudamericana se consagró habiendo ganado todos sus compromisos. “He hecho mucho por la selección brasileña, y entendí que no es lo mismo llegar a la final y perderla, que regresar con el título. Argentina y Francia eran los dos grandes favoritos, pero nosotros logramos conseguir el objetivo” afirma el atacante.
Sin dudas, las distancias fueron las que favorecieron a un combinado que sufrió mucho para quedarse con una plaza. “Cuando se juega fuera de casa, lejos de Brasil, la presión es bastante menor. Allí siempre hay una exigencia sobrenatural, por más que sea un partido oficial o amistoso, da lo mismo. En Japón y Corea, lejos de nuestro país, estuvimos mucho más tranquilos. En Brasil, llegábamos al entretiempo 0 a 0 y nos empezaban a silbar” analiza el ex jugador que, durante toda su vida, mantuvo su fe intacta y que en sus tiempos libres se dedica a leer la biblia. Una prueba de ello es lo que solía hacer hasta el último día de la práctica profesional: antes de encarar un compromiso rezaba para que nadie salga lesionado.