Por: Fabio Lacolla
Lo peor del abandono es la sensación de desamparo. La muerte, al lado del desamparo, es una pluma en la planta del pie. El miedo no es a la muerte, es al desamparo. El abandono es arena en los ojos donde pareciera que el oxígeno huye con la ausencia. Quedarse solo es ver como el globo se desinfla, como el helado se derrite y como se te inunda la carpa.
Los bares: espacios donde uno se pone a pensar. Los helechos son la desgracia de los bares modernos. Tienen que estar un poco sucios, sonar AM y tener banderines de algún club. Un café es auténtico cuando tiene una marquilla de cigarrillos doblada debajo de la pata de una mesa y cuando una mosca merodea una media luna.
Yo cuando estoy muy triste me voy al Trébol, por un lado a practicar ejercicios de masoquismo auto culpándome por hacer todo mal con Clara y por el otro por si aparece alguno de los pibes. Cuando uno está mal cualquiera que se siente en la mesa se convierte automáticamente en filósofo de lo que a vos te está pasando; claro que uno tiene sus preferencias. Si pudiera elegir… me gustaría que entre Leíto, tal vez esté peor que yo, pero tiene la capacidad de decir todo lo que a mí no se me ocurre y siempre dice verdades increíbles que te ayudan a no sentir esa sensación de desamparo de la que hablaba más arriba.
Ponele que entrara ahora mismo y se pidiera un cafecito bien caliente, yo le diría: menos mal que viniste, necesitaba hablar con vos, parece que con Clara ya fue definitivamente, sé que me va a salir el víctima y no quiero dar lástima, pero estoy muy mal. Y él, con ese profundismo hilarante, me diría: si te sobra repartila. ¡Que guacho! Si me sobra la lástima que la reparta.
Yo le diría: tengo en mi emepetrés una carpeta bajón con tangos del treinta, Iván Noble y los temas llorones de Calamaro. Necesito reacomodarme un poco, poder pensar sin dolor. Ya sé que la lástima resta pero es lo que me sale más fácil. Soy un experto en victimización. Se me perdió el tipo divertido que suelo ser y no lo puedo encontrar por ningún lado, pareciera ser que cuando estoy con alguien que quiero estar, me voy convirtiendo en un plomo demandante y obviamente el otro se harta de mí.
Leíto pensaría un toque mirando por la ventana y me diría: entonces no es para vos; si la cosa tornó para ese lado es por algo, uno no demanda porque sí. ¿Ella tiene un pibe no? Es difícil competir con eso, las madres atienden las veinticuatro horas. Deberías correr el eje del lamento, las debilidades de uno son producto de los miedos del otro.
Yo le diría que no le entiendo, que cuando estoy en carne viva nunca entiendo y lo poco que entiendo no es a mi favor, mi razón construye ese discursito sin salida. Igual a Clara y a mí nos fallaban los traductores. Uno era Steve Jobs y el otro Bill Gates. Yo siempre fui el entendedor y ella la fluyente y, lógico, la fluidez no entiende de entendimientos y los entendimientos son la soda del vino de la fluidez.
Cuando me pongo demandante ella, con justa razón, siente que la ahogo y ahí es cuando más quiero verla y ella, ante esa demanda masiva, me quiere lejos, ausente.
Entonces Leíto, con esa voz finita y gastada por el faso, me diría como distraído: cuando ellas te piden aire y distancia ya están a tres mil kilómetros de vos. Cuando no te aman de la forma que vos necesitas, te piden aire. No pasa por tus malabares esquizoafectivos ni por tus concesiones, ella busca otro tipo de ofrendas (que en general son que te manejes de forma independiente más allá de ella). Cuanto más independientes somos del otro mejor funciona. Tu independencia la deja a ella en el lugar donde mejor se siente una mina… la incertidumbre. El no saber te convierte en esclavo.
Yo le diría que lo intento todo el tiempo pero me sale todo al revés y quedo patinando en el barro. Tengo esos pensamientos sepias y anticuados de aspirar a ser uno con el otro, pero parece que picó en punta y ya me lleva esos tres mil kilómetros de ventaja.
El me diría: lo que ellas quieren es que seas seguro con vos mismo pero no con ellas.
Claro, ¿ves? Todo al revés. Su desatención en mí obró claramente como factótum de mis inseguridades y me fui convirtiendo en el pibe q ella no quería. Me comí un re viaje. Inclusive simulando el “ok, hacé la tuya que yo hago la mía…”. Al final parece que todo lo que uno hace desde su propia locura ayuda a que el otro vaya sumando millas.
El me diría que cada pareja tiene su propia convertibilidad y como quien no quiere la cosa me preguntaría: ¿Cómo se hace para encajar la propia vida, en la vida del otro? Y yo le diría que por ella dejaba de ser yo mismo y que forzaba la pieza del rompecabezas para que encaje en la figura armónica de la completud.
Y él con su acidez de siempre me diría: Como dice Maronna, la felicidad de una pareja está hecha de un 20% de comprensión, de un 40% de amor, de un 25% de amistad y tolerancia, de un 30% de atracción, de un 16% de buena suerte, de un 50% de dialogo y de un 20 % de voluntad de ayudar al otro.
Yo le diría: no solo vos, todo el mundo me decía que dejaba todo por esta con ella.
Y obviamente, como una daga que sobrevuela la ciudad, me diría: la verdad es que te lo merecés… si vos dejás gran parte de tu vida para entrar en la vida del otro, es porque algo de tu vida no esta bien; porque si tu vida garpa bien, no hace falta andar de visita en las vidas ajenas. A lo sumo se comparte.
Leíto me diría que a él le gusta estar donde lo reciben con afecto y no con demandas; y me contaría por enésima vez que recién cuando su vida estuvo buena pudo armar un vínculo relajado; y que las veces que buscó una vida que reemplace a la de él, le fue como el orto. Entonces lo que Leíto quiere decirme es que antes de perderla a ella, el perdido era yo, o sea que… ¿en lugar de querer recuperar a ella debería recuperarme a mí mismo?
Revuelvo el café y no puedo salir del laberinto, miró para la puerta y entra Leíto con cara de apurado.
-¿Qué hacés Leíto cómo va?
-Todo bien, ¿vos?
-Joya.
-Che, ¿a qué hora juega Estudiantes?
-Veinte quince.
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